Jesús García Latorre |
Asociación para el Estudio del Paisaje en Zonas Áridas |
Al viajero que entra en la provincia de Almería desde Granada, por la carretera nacional 324, ya no le resultan llamativos los espectaculares paisajes desérticos en el entorno de Gérgal y Tabernas. Hay algo que ha distraído su atención y despierta su curiosidad. Miles de tubos de plástico, blancos y negros, aparecen alineados en horribles fajas o bandas de terreno desprovistas de vegetación que cubren cientos de hectáreas a ambos lados de la carretera. Los tubos sobresalen de entre los espartos, los tomillos y las albaidas. ¿Qué es esto? se pregunta el conductor sorprendido. En palabras del delegado provincial de agricultura, Francisco Ruiz Orta, esto es la "Revolución Verde" (Fernández, 1997). Se trata de plantaciones de árboles subvencionadas por la Unión Europea y gestionadas por la Junta de Andalucía. El objetivo de estas ayudas es cubrir con árboles terrenos que hayan estado cultivados en algún momento de la última década. La "revolución verde" ha afectado ya a más de 20.000 has. en la provincia de Almería, de manera que "dentro de unos años, cuando los niños de Almería pinten un bosque, lo pintarán verde y no marrón como ahora" (Francisco Ruiz Orta en Fernández, 1997).
Las "ayudas a la reforestación" (con este nombre se han popularizado) y otras actuaciones llevadas a cabo tradicionalmente por la administración en las sierras almerienses (repoblaciones forestales), representan una aproximación demasiado simple a la gestión de los ecosistemas.
El manejo de los recursos naturales debe estar guiado por unos objetivos concretos y basarse en una adecuada comprensión del funcionamiento de los ecosistemas (Christensen et al., 1996). Se trata de una actividad continua y sofisticada (Franklin, 1988) que requiere de una importante dedicación y puesta al día en conocimientos por parte de quienes la practican (Ffolliot et al., 1993) y en la que deben de participar profesionales de distintos ámbitos (interdisciplinariedad real) (Naveh, 1989a).
Partiendo de estas ideas, propondré algunas prácticas de gestión que se podrían aplicar en los ecosistemas terrestres de la provincia de Almería. Con ellas se pretende la conservación e incluso el incremento de la diversidad biológica, así como un aprovechamiento racional de los recursos naturales.
1. CULTIVOS FORESTALES Y MONUMENTOS NATURALES
Regulares, monótonas y homogéneas. Así son las repoblaciones con pinos realizadas a finales de los años cincuenta en Almería. Todos los árboles son de la misma edad y la densidad de la plantación (a veces más de 2000 pinos por hectárea) impide que se desarrolle un estrato arbustivo que rompa la monotonía. A veces las repoblaciones se llevaron a cabo en sitios en los que había algunos grandes árboles dispersos que en la actualidad han quedado casi ocultos y rodeados por los pinos. Estos árboles son de gran importancia ya que representan el único elemento viejo que se puede encontrar en medio del pinar repoblado. Muchas especies animales necesitan huecos para nidificar o madera vieja para desarrollarse y estos árboles se los proporcionan (Elton, 1966). Además, con el paso de los años han adquirido formas macizas, pesadas, retorcidas y unas dimensiones considerables, que los convierten en auténticos monumentos naturales. Este es el caso de los viejos pinos laricios (Pinus nigra salzmannii) que aún sobreviven en el Calar del Gallinero, en la cima de la Sierra de Filabres. En esta Sierra, así como en Sierra Nevada y Alhamilla, entre los pinos plantados hay enormes encinas y en el Barranco de Geva, en los Filabres, alcornoques. Su situación en el pinar repoblado los expone a numerosos peligros. Si hubiera un incendio, el fuego se propagaría con rapidez por la espesa masa y los vetustos árboles sucumbirían con los jóvenes pinos repoblados. Las plagas que se desarrollan sobre estos últimos también podrían afectar a los pinos laricios del Calar del Gallinero. Los árboles repoblados han alcanzado después de 20 o 30 años una altura considerable y empiezan a proyectar sombra sobre las encinas y los alcornoques. Además, compiten con ellos por los nutrientes del suelo. Posiblemente se deba a esto el color amarillento de las copas de las frondosas y la pérdida de follaje que sufren. Estos problemas podrían evitarse cortando o aclarando la repoblación en 10-15 metros alrededor de los árboles más viejos. Esta propuesta debería realizarse a la mayor brevedad en el caso de los monumentales pinos laricios del Calar del Gallinero, de los que quedan unos 60-70 pies. Un incendio en la mencionada zona destruiría tanto los pinos repoblados (de apenas 30 años de edad) como a los viejos (que alcanzan e incluso superan los 300 años).
2. LA CONSERVACIÓN DE LA BIODIVERSIDAD EN ZONAS INTENSAMENTE EXPLOTADAS
La estrategia de conservación de la naturaleza puesta en práctica por la administración ha consistido en dotar con alguna figura de protección legal zonas seleccionadas en base, teóricamente, a su valor ecológico. El Cabo de Gata y la Sierra de María son Parques Naturales y el campo de Tabernas es un Paraje Natural. Los tres lugares tienen en común el hecho de poseer una flora muy diversa, en la que destacan varios endemismos. Pero esto no asegura la conservación de la biodiversidad contenida en los límites de los espacios protegidos. Ante las perspectivas actuales de cambio global se prevé que grandes extinciones tendrán lugar precisamente en reservas naturales aisladas (Erwin, 1991). Son necesarios corredores que permitan el desplazamiento de las especies entre los espacios protegidos. Para que la conservación de la biodiversidad sea efectiva tiene que ser practicada, por lo tanto, incluso en los paisajes más intensamente explotados que rodean a las reservas (Franklin, 1988). Pocos lugares de Almería sufren una presión humana tan fuerte como los campos de Dalías y el Ejido. A pesar de todo, entre los invernaderos quedan parcelas en las que no se ha llevado a cabo ninguna actividad agrícola. En ellas aún es posible encontrar interesantísimos matorrales de "arto" (Maytenus senegalensis), vestigios de la vegetación que había en esta zona antes de la expansión de los invernaderos. El arto, arbusto espinoso que puede cubrir varios metros cuadrados de suelo, modifica las condiciones ambientales de esta zona árida. Aporta materia orgánica al substrato y crea bajo su ramaje un microclima más húmedo que el que le rodea, permitiendo la entrada de numerosas especies vegetales que de otra forma no podrían vivir aquí (a este fenómeno se le conoce en ecología como facilitación). Estas últimas parcelas podrían ser adquiridas por la administración y transformadas en pequeñas reservas de biodiversidad en medio de los invernaderos. El fenómeno de la facilitación se puede observar también en el magnífico matorral de sabinas (Juniperus phoenicea) y lentiscos (Pistacia lentiscus) sobre dunas que aún existe en Punta Entinas-Sabinar, uno de los últimos lugares en los que se puede encontrar este tipo de vegetación en el Mediterráneo (Peinado et al., 1992). Lamentablemente, esta formación vegetal única y de incalculable valor se encuentra absolutamente aislada por el mar, las urbanizaciones y los invernaderos.
3. ¿QUÉ RESTAURAN LOS FORESTALES?
Quien haya hecho una excursión en cualquiera de las sierras almerienses seguramente habrá visto al borde de los carriles unos grandes carteles, de fondo blanco y verde, en los que se informa de los proyectos que lleva a cabo la administración medioambiental en esa zona. Lo más probable es que se pueda leer algo así: Restauración de la vegetación en X hectáreas de la Sierra Y. "¡Qué bien! ¿No?" Pensará seguramente el ciudadano/a. "Están restaurando el bosque de esta sierra". Pero, ¿qué es realmente restaurar? De acuerdo con el Diccionario de la Real Academia de la Lengua (1992) restaurar es "Reparar, renovar o volver a poner una cosa en aquel estado o estimación que antes tenía". Cuando lo que se restaura son comunidades vegetales, tal actividad conlleva unos importantes problemas técnicos y teóricos. Ninguna institución del mundo tiene tanta experiencia en restaurar (en sentido estricto) la vegetación como el Arboretum de la Universidad de Wisconsin-Madison. Esta organización inició su actividad restauradora a comienzos de los años treinta. Desde entonces ha conseguido recrear varios tipos de pastizales y bosques, logrando una combinación de especies similar a la que había antes del asentamiento de los europeos en la zona. Uno de estos prados tiene una superficie de 40 hectáreas (Jordan III, 1988). La pradera más grande restaurada hasta el momento se encuentra en Chicago y abarca 240 hectáreas (Jordan III, 1988). Los investigadores se han esforzado en recrear con la mayor precisión posible las comunidades vegetales. La auténtica restauración de la vegetación es una actividad muy compleja (Cairns, Jr, 1988), lo que limita su aplicación a superficies habitualmente pequeñas (Jordan III, 1988). Los proyectos de la Junta de Andalucía en cuyo título aparece la palabra Restauración (esta palabra está de moda entre los ingenieros desde hace algunos años) consisten en la poda y/o aclareo de pinares repoblados, en el resalveo y/o poda de encinares o en repoblaciones forestales. En general, estos proyectos no van precedidos de ningún estudio del suelo, del clima o de la vegetación que en la actualidad se desarrolla en la zona. Como mucho, los datos se han copiado de otro proyecto de algún sitio próximo, incluyendo los errores. Y, por supuesto, el autor del proyecto no tiene ni idea del aspecto que pudo tener la zona con anterioridad a la intervención humana. Por lo tanto, es falso que se esté restaurando el paisaje de la zona. Lo que sí se hace es engañar al ciudadano/a con cuyos impuestos se paga el sueldo del ingeniero así como el supuesto proyecto de restauración.
Numerosos problemas técnicos dificultan la reconstrucción de los ecosistemas. En primer lugar hay que saber qué se quiere restaurar (Birks, 1996). Una vez que hemos encontrado un objetivo para el proyecto aparecen otros obstáculos: habitualmente se carece de las técnicas que permitan recolonizar el ecosistema dañado con las especies adecuadas y ni siquiera se dispone de esas especies (Cairns, Jr, 1988). No obstante, no hacer nada o, sencillamente, llevar a cabo una intervención simple, pero bien planificada, puede contribuir a elevar la biodiversidad de un lugar que ha sido intensamente explotado por el hombre (Cairns, Jr, 1988). Las sierras almerienses son un buen ejemplo de esto. Tras el abandono de los cultivos que se desarrollaron extensivamente hasta las primeras décadas de este siglo, se ha formado un matorral de elevada diversidad que ofrece una eficaz protección frente a la erosión. En otros lugares semiáridos se ha podido comprobar que una plantación de árboles clara (de baja densidad) que respete el matorral, puede favorecer un incremento de la fauna edáfica y de la actividad biológica y, por tanto, la creación de suelo (González Alonso y Encinas Escribano, 1995). Lamentablemente, las formaciones arbustivas a menudo son sometidas a un manejo destructivo. Algunos tipos de matorrales son incapaces de recuperarse después de una roturación y son sustituidos por otras formaciones más comunes. Este es el caso de los espartales (Le Houérou, 1981).
4. LA FITOSOCIOLOGÍA: UN OBSTÁCULO PARA LA GESTIÓN FORESTAL
Muchos forestales "creen" en la fitosociología. Queda muy bien delante de otros colegas afirmar que la vegetación potencial en tal o cual lugar es un Daphno-Aceretum granatensis o un Berberidi-Quercetum rotundifoliae. Pero he comprobado que no suelen conocer los fundamentos teóricos de esta disciplina ni entienden realmente sus conceptos básicos (asociación, serie), aunque los repiten ritualmente. Los fundamentos que subyacen a la fitosociología (Rivas Martínez, 1987; Mota Poveda, 1993) han sido duramente criticados por los ecólogos desde hace muchos años (Gleason, 1926; Whittaker, 1967; Drury & Nisbet, 1973; Blondel, 1979; Bormann & Likens, 1979; Peet & Christensen, 1980; Naveh & Lieberman, 1984; Krebs, 1985; Begon, Harper & Townsend, 1987; Harper, 1990; Ruiz de la Torre, 1990; Costa Tenorio, García Antón, Morla Juaristi & Sainz Ollero, 1990; Esteve, Ferrer, Ramírez-Díaz, Calvo, Suárez Alonso & Vidal-Abarca, 1990; Glenn-Lewin & Van der Maarel, 1992; Winterhalder, 1994; Gil, Díaz-Fernández, Jiménez Sancho, Roldán, Alía, Agúndez, De Miguel, Martín & De Tuero, 1996; García Latorre, García Latorre & Sánchez Picón, 1998). A pesar de todo, numerosos autores consideran que la fitosociología es una herramienta adecuada para la restauración de la vegetación (Mota Poveda, 1993; Guirado Romero, 1993; Valle, Cano & Sánchez-Pascual, 1991). Según De Simón Navarrete (1990) las repoblaciones forestales podrían organizarse "de forma que las especies repobladas y las formaciones resultantes puedan integrarse en las series de vegetación, como una etapa de su evolución". En realidad la sucesión vegetal es demasiado compleja para encerrarla en los estrechos límites de una serie (Drury & Nisbet, 1973; Peet & Christensen, 1980; Glenn-Lewin & Van der Maarel, 1992). Quien aspire a reconstruir un encinar como proponen, por ejemplo, Valle et al. (1991), de verdad que se puede esperar sentado. El problema está en que la fitosociología ha sido muy bien acogida por la administración, convirtiéndose en lo que el ingeniero Luis Gil ha calificado de "ciencia oficial" (Gil, 1995), con los problemas que puede acarrear este "apadrinamiento" de cara a la gestión real de los recursos naturales. Algunas críticas a los planteamientos de la fitosociología se pueden encontrar en Costa et al., 1990; Gil et al, 1996; García Latorre & García Latorre, 1996b. La naturaleza ha sido profundamente alterada y somos nosotros quienes tenemos que decidir qué hacer con ella y a dónde queremos guiarla (Birks, 1996). En esta línea de pensamiento se encuentra, por ejemplo, la propuesta de Naveh (1989b) de repoblaciones claras con árboles sobre los matorrales mediterráneos.
Con la aplicación del método fitosociológico, además, se ha ignorado una de las formaciones vegetales más genuinamente mediterráneas: los pinares (García Latorre & García Latorre, 1996a). No se encuentran referencias a los mismos en los trabajos fitosociológicos que se han llevado a cabo en Almería. Sin embargo, no todos los pinares que hay en esta provincia proceden de repoblaciones. Las evidencias sobre su presencia se remontan a hace varios miles de años. Más recientemente, desde la edad media, numerosos documentos describen estos pinares así como las formas en que eran explotados (por ejemplo, la Sierra del Cabo de Gata era conocida hasta el siglo XIX como la Sierra del Pinar). Algunos de los pinares que aún quedan en la provincia de Almería representan las formaciones forestales que se encuentran bajo las condiciones más áridas de toda Europa. Ignorar estos bosques puede equivaler a abrir la puerta a su destrucción. Un buen ejemplo de ello lo constituye el pinar de Bayarque, que sufrió una tala terrible en el año 1991, por parte del entonces Instituto Andaluz de Reforma Agraria.
Los bosques no son precisamente abundantes en el territorio almeriense. Urge, pues, llevar a cabo un inventario exhaustivo de los últimos rodales y parches forestales que aún nos quedan (pinares incluidos) y adoptar las medidas necesarias que aseguren su conservación, lo que no significa que no puedan ser explotados de forma racional y sostenible. Como indica Cairns, Jr (1988), uno de los primeros pasos en la restauración de los ecosistemas "consiste en interrelacionar las cualidades del lugar con las necesidades de la región y de su gente". Si la administración actuara así, posiblemente se podrían evitar fracasos tan rotundos como el sufrido recientemente en el fallido intento de declarar las Sierras de Cabrera y Bédar Parque Natural.
5. SELVICULTURA Y GENÉTICA
Habitualmente, en la periferia del área de distribución de una especie las condiciones naturales son diferentes de las que se dan en el resto del área. Estas poblaciones aisladas presentan en muchos casos bagages genéticos de extraordinario valor (Lesica & Allendorf, 1995). Proporcionan, por tanto, una fuente importante de variación genética que enriquece a las poblaciones con una localización más centrada (Smith, Bruford & Wayne, 1993) y fortalecen a la especie ante los cambios ambientales que se puedan producir en el futuro (Erwin, 1991). La pérdida de una de estas poblaciones marginales puede representar la desaparición de alelos raros y escasos (Hobbi, Jensen & Chapin III, 1994). De acuerdo con Ehrlich (1988), una extinción de este tipo tienen tanta importancia como la de toda una especie.
Que el sureste ibérico es distinto, desde el punto de vista ambiental al resto de la Península y al resto de Europa es evidente. En la mayor parte del territorio las precipitaciones no alcanzan los 300 mm. al año. Además, su distribución intra- e interanual es muy irregular. La encina, por ejemplo, aparece habitualmente en territorios con precipitaciones anuales de 500-700 mm. (Montoya, 1989). En la solana de la Sierra de Filabres quedan numerosos rodales de encinas, así como pies aislados, en zonas en las que apenas llueven 300 mm. al año (García Latorre & García Latorre, 1997). Algo parecido ocurre con el alcornoque. Su óptimo vegetativo se sitúa entre los 600 y los 1000 mm. anuales (Montoya, 1988), precipitaciones que no se alcanzan ni en la Sierra de Filabres ni en la de Cabrera. Sin embargo, en ambas sierras aún quedan restos de antiguos alcornocales (García Latorre & García Latorre, 1996c). De manera general, las poblaciones almerienses de numerosas especies (pino carrasco, resinero y laricio, quejigo, madroño, etc.) soportan aquí las condiciones más áridas de toda Europa. Esta escasez de precipitaciones ha sido característica del Sureste durante, al menos, los últimos 4000 años (Monod, 1958; Thirgood, 1981). Por lo que es de esperar que tales poblaciones presenten adaptaciones genéticas a estas particulares características ambientales. Su preservación, como recurso genético de inestimable valor para las repoblaciones forestales en zonas áridas y el mantenimiento de la variabilidad genética de la especie reviste la mayor importancia.
En algunas ocasiones el personal de la administración niega que se hayan utilizado (o que se utilicen) en las repoblaciones forestales plantas traídas de otras provincias. En la Sierra de Alhamilla, en la famosa repoblación llevada a cabo en la finca de Los Góngoras entre los años 1990-1991, dirigida por el ingeniero José Antonio de Simón Navarrete, se plantaron encinas onubenses, ya que no las había en los viveros de Almería. Por aquellos años "Los Góngoras" se presentaba como modelo de proyecto forestal a seguir ante los profesionales del gremio venidos de muchas partes del país para conocerlo.
La administración podría dedicar sus viveros a la producción de plantones de árboles y arbustos procedentes del mayor número posible de poblaciones con origen en Almería u otras zonas colindantes.
Los plantones de algunas de las especies mencionadas, en particular las del género Quercus (encinas, alcornoques y quejigos) requieren unas condiciones especiales para desarrollarse durante los primeros años. Entre estas condiciones se encuentran: un suelo profundo, esponjoso y algo de sombra. No son especies colonizadoras de espacios abiertos (como sucede con los pinos), sino propias de las etapas avanzadas de la sucesión vegetal en un lugar determinado. Por ese motivo, las repoblaciones de Quercus en espacios abiertos y degradados se suelen convertir en lo que el forestal Ruiz de la Torre (1993) ha calificado como plantación de bonsais. Los grandes balates transversales que aún quedan en los barrancos de nuestras sierras podrían proporcionar suelos profundos, especialmente aptos para ser repoblados con estas especies. Pero los muros de las terrazas se deterioran y se caen, perdiéndose el suelo acumulado tras la pared de tierra con cada lluvia torrencial. Si las terrazas desaparecen desaparecerá también una oportunidad de restablecer las esquilmadas poblaciones de estas especies en el Sureste árido español (García Latorre & García Latorre, 1996c).
6. AYUDANDO A LA DESERTIZACIÓN
"Las ayudas a la reforestación" pasarán a formar parte de las "páginas negras" en la historia medioambiental almeriense. Y esto será así por más que los cargos políticos intenten "lavar la cara" de estas actuaciones y engañar a los contribuyentes con artículos de prensa sensacionalistas. La preparación del suelo que se ha llevado a cabo antes de proceder a la plantación no podría haber sido más brutal (García Latorre, García Latorre & Sánchez Picón, 1998). Basta visitar la finca de Haza Blanca (se han construido incluso terrazas), en el emblemático Desierto de Tabernas, o muchas laderas de la solana de Sierra de Filabres. Se ha eliminado un denso y diverso matorral, de incalculable valor protector frente a la erosión. Se ha construido un gran número de carriles endebles y en pendientes fortísimas. Los carriles, junto con los cortafuegos, contribuirán a la formación de cárcavas y barrancos. A pesar de todo todavía hay quien afirma que "en Almería se están aplicando unas técnicas de repoblación muy avanzada, que garantizan que no se rompe el suelo ni se altera, y así se están evitando las criticadas repoblaciones por 'terrazas'" (Martín Soler, en Angel Blanco, 1997). Según José Ignacio Ramos (en Fernández, 1997) "con las nuevas técnicas la supervivencia de lo repoblado es mucho más elevada", lo cual nos permitimos dudar, ya que muchas de las plantas que se han utilizado en estas repoblaciones proceden de viveros (de Valencia y otras provincias) que, por supuesto, carecen de material con origen almeriense, por lo que difícilmente podrán resistir las particulares condiciones que encontrarán aquí. Como guinda del pastel se afirma que "producto de la aplicación de este programa es un cambio radical en la fisonomía de zonas tan pobres, desde un punto de vista forestal, como el campo de Tabernas, la zona de Nacimiento, el Alto Almanzora o Los Vélez, principales enclaves de las repoblaciones" (Fernández, 1997). Referirse de esta manera a esas zonas refleja la escasa idea que se tiene de la diversidad biológica que contienen así como de los procesos ecológicos que en ellas tienen lugar espontáneamente (por ejemplo, la lucha contra la erosión que desarrollan los matorrales sin necesidad de "cambios radicales").
Y, ¿quién es responsable de tanta barbarie? Pues el personal de la Junta de Andalucía que ha dado el visto bueno a estas ayudas, ya que la concesión de las subvenciones está condicionada al cumplimiento de los requisitos técnicos que establecen las comunidades autónomas (Real Decreto 378/1993, del 12 de Marzo).
Con una pequeña parte del dinero que se está empleando en roturar las laderas de las montañas se podría haber realizado la mayoría de las propuestas que aparecen reflejadas en esta y otras contribuciones.
Lamentablemente, las brutales actuaciones que se han realizado en el marco de "las ayudas a la desertización" (este es el nombre que debería de utilizarse en realidad) no han recibido la respuesta crítica ni el rechazo público que cabría esperar por parte de los forestales de esta provincia o de otras personas de gremios relacionados con el tema (por ejemplo, botánicos, biólogos, etc.), dejando aparte comentarios en corrillos de pasillo (donde nadie pueda oír). Estudiar la Naturaleza es una de las actividades más gratificantes que hay. Pero cuando volvemos al despacho no deberíamos olvidar el trozo de campo que nos ha proporcionado tanta información con la que escribir artículos y libros. Son los investigadores de prestigio, a los que la administración suele tomarse en serio, quienes deberían utilizar sus datos, información y experiencia para criticar duramente las actuaciones incorrectas que entidades públicas y privadas puedan realizar en el campo. Y eso hay que hacerlo aún a riesgo de convertirse en persona non grata para la administración y de no recibir más encargos, ni proyectos, ni subvenciones para estudiar este o aquél matorral o cierta especie interesante. Si nos olvidamos de la Naturaleza, que tanto satisface nuestra curiosidad intelectual, nos convertiremos en investigadores hipócritas, que sólo trabajan por ver su nombre escrito en la primera página de un artículo.
Epílogo
Una invitación a la reflexión
El trabajo que he presentado tiene una clara orientación forestal, lo que no he podido evitar por mi propia formación.
Lamentablemente, en varias ocasiones he comprobado la prepotencia con la que actúan algunos ingenieros de la administración, así como la superioridad y autosuficiencia que suelen mostrar ante los consejos y propuestas que les llegan de otros ámbitos.
La selvicultura, desde sus orígenes, ha sido una ciencia interdisciplinar. Basta consultar los tratados de selvicultura de las primeras décadas de este siglo (por ejemplo Lorey, 1925). Más recientemente algunos selvicultores siguen escribiendo obras que incorporan las aportaciones de la ecología moderna (Burschel & Huss, 1997).
Es de destacar que muchos estudios realizados en los últimos años en España, en los que se combina información procedente de distintas disciplinas (historia, botánica, ecología, paleoecología), están siendo impulsados, entre otros, por profesionales del ámbito forestal (Costa et al., 1990; Morla Juaristi, 1996; Gil, 1995; Gil et al., 1996). Un buen ejemplo de investigación interdisciplinar con propuestas para la gestión lo constituye el famoso libro del forestal Thirgood (1981). Usar información de distintos campos, sin duda contribuiría a mejorar los proyectos.
La gestión forestal, dicen Ffolliot et al. (1995) en un artículo dedicado a la selvicultura en zonas áridas, requiere una puesta al día por parte de quienes la practican. ¿Estamos realmente al día los forestales?
La etapa de estudiante no terminó en la politécnica. Mientras tengamos ilusión por mejorar el trabajo que hacemos, tendremos que echar mano a ejemplos de gestión realizados en otros lugares. Eso implica consultar mucha bibliografía, incluida la extranjera (tanto en el trabajo de Ffolliot et al., 1995, como en el de Orr, 1995, aparecen interesantes ideas de gestión selvícola en zonas áridas que se podrían ensayar en Almería).
El trabajo del forestal es un trabajo duradero en el tiempo. Sus resultados los disfrutarán, o los sufrirán, las generaciones futuras.
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