ENCUENTRO MEDIOAMBIENTAL ALMERIENSE: EN BUSCA DE SOLUCIONES

GESTIÓN DEL MEDIO NATURAL BARRA DE EXPLORACIÓN

PONENCIA MARCO

EN TORNO A LA HISTORIA MEDIOAMBIENTAL DEL TERRITORIO ALMERIENSE. UNA SÍNTESIS Y ALGUNAS REFLEXIONES

Juan García Latorre & Andrés Sánchez Picón

Historiador. Profesor Titular de Historia Económica de la Universidad de Almería.

 

1. INTRODUCCIÓN.

En las siguientes páginas vamos a ofrecer una visión panorámica de la historia medioambiental de la provincia que tiene mucho de provisional. Esta cualidad se justifica porque lo que podríamos aventurarnos a denominar la historia ecológica almeriense, a pesar de importantes y recientes avances, tiene mucha tarea todavía pendiente. En consecuencia, el análisis que se propone no se apoya siempre en evidencias de la misma consistencia. Sin embargo, creemos que la invitación de los organizadores del Encuentro Medioambiental merecía ser aprovechada para aportar desde la historia ecológica o medioambiental una reflexión acerca de los problemas y de los retos actuales. Además, esta nueva temática histórica ha surgido de experiencias multidisciplinares que como todos los terrenos de encrucijada, constituyen un fértil espacio para el debate, motivo esencial de la convocatoria.

Partimos del principio de que el medio natural y las sociedades humanas coevolucionan y que el entendimiento tanto del uno como de las otras no puede abordarse por separado. No hay espacios "naturales" ajenos a la accíon antrópica; pero tampoco estructuras sociales, culturales, económicas y políticas que no conlleven un determinado modelo de relación con el medio y de apropación o explotación de los recursos naturales.

Convendría, de todos modos, comenzar con una sumaria descripción de los datos de base del territorio almeriense. La dotación de recursos disponibles para la explotación humana está determinada, en primera instancia, por las condiciones ecológicas del territorio (climatológicas, orográficas, geomorfológicas, edafológicas, etc.), pero su activación -o desactivación- como factores utilizables por las comunidades humanas, depende fundamentalmente y desde un punto de vista histórico, de los cambios que se han sucedido en el sistema de relaciones económicas dominantes en el territorio (economías cerradas o abiertas a los mercados cercanos o internacionales; nivel de desarrollo tecnológico y disponibilidades energéticas que determinan la capacidad de apropiación de los recursos naturales y de acumulación del excedente...) y, cómo no, con el entorno institucional que determina las modalidades de acceso a los recursos naturales, en especial lo que se refiere a las diferentes posibilidades de regulación de los derechos de propiedad --en un régimen feudal o capitalista, por ejemplo-.

Nada más que en el último medio milenio, el territorio almeriense nos ofrece un buen número de ejemplos que han hecho variar las condiciones y el ritmo de la ocupación humana y la intensidad --extensificación vs. intensificación-- de la explotación de los recursos naturales. así como sus modalidades --ciclos "mineros", "agrícolas","turísticos"-- en función de los estímulos específicos de cada sistema económico. Asímismo, factores externos como las modificaciones del contexto geoestratrégico tanto político como económico, derivadas de los cambios en la organización de la hegemonía en el Mediterráneo occidental o en la articulación de las relaciones de intercambio entre las regiones del centro y la periferia europea ( desde Al Andalus hasta la configuración de una frontera; constitución como una periferia próxima a los países europeos industrializados a partir del siglo XIX) han permitido la activación de diferentes rentas de localización --favorables o desfavorables-- a lo largo de su historia territorial.

Además, y como se ha insistido en recientes investigaciones (Sánchez Picón, ed.,1996), la acción antrópica sobre un medio frágil como el que caracteriza a los ecosistemas del Sureste árido, se ha intensificado sobremanera durante los últimos dos o tres siglos, acelerando de forma decisiva un proceso de desertización del que cada vez sabemos más acerca de su cronología y agentes desencadenantes.

De todos modos, las determinaciones geográficas o ambientales nos permiten de partida una primera lectura de las posibilidades que ofrece el territorio a las formaciones sociales que lo organizan. Desde esta perspectiva, y a la luz de las sistematizaciones realizadas desde la geografía, podemos destacar los siguientes rasgos:

1. El dominio de un clima mediterráneo subdesértico, caracterizado por una extrema aridez -menos de 300 mm. de precipitación media- favorecida por la disposición a sotavento de las grandes unidades topográficas béticas y subbéticas, y su conocido efecto pantalla a la influencia de los frentes atlánticos. Las temperaturas medias anuales, entre los 15º-18º en todo el tramo costero, se ven acompañadas por una elevada insolación (3.000 horas de sol al año) y, por todo ello, una altísima evapotranspiración. La indigencia pluviométrica sólo ha sido interrumpida por la inestabilidad provocada por algunas situaciones dinámicas, originadas en tiempos de levante o por las "gotas frías" del otoño que han jalonado, sin embargo, la historia de la provincia de fechas grabadas en la memoria colectiva por las catastróficas inundaciones de que fueron testigo (1871 en Almería; 1879 en el Bajo Almanzora, 1891 en la capital; 1970 y 1973 en el río Adra y el Almanzora; 1989 en el Almanzora y el Levante, 1997 en el Andarax y el Levante...).

2. La orografía se caracteriza por unas fuertes pendientes que aparte de incrementar las escorrentías actuando con agresividad sobre el modelado, se resuelve en la desarticulación de un territorio fragmentado en una variedad de paisajes que históricamante han generado agroecosistemas diversos como los que han opuesto a las vegas bajas de los ríos (ríos Adra) y de los ríos-rambla surestinos -por utilizar la expresión de Gil Olcina que parece ajustada para el Andarax y el Almanzora- frente a las llanuras litorales surgidas como depósitos aluviales de sedimentación (Campos de Dalías y Níjar, Depresión de Vera), para acabar con los relieves montañosos de Sierra de Gádor, Cabrera o Almagrera que en acantilados se asoman hasta la costa.

En el interior algunas breves altiplanicies de los Filabres y sobre todo la continuación de las depresiones intrabéticas en la comarca de los Vélez, constituyen las escasas excepciones al dominio montañoso.

3. En términos de dotación de recursos para las comunidades humanas estas circunstancias se concretan en:

a. Extrema limitación de las disponibilidades hídricas, tanto superficiales como subterráneas que se agrava conforma avanzamos hacia el Este, lo que ha determinado la ubicación de los regadíos -única posibilidad de asegurar las cosechas de esquilmos como los cereales dadas las condiciones climatológicas expuestas- en una estrecha cinta a lo largo de los cursos bajos de la red hidrográfica.El incremento del gradiente de aridez hacia levante se resuelve, asímismo, en una más pobre dotación que en la zona litoral situada al Oeste de la ciudad de Almería. Los recursos hídricos tanto superficiales como subterráneos de la cuenca del Adra o del Campo de Dalías, por su alimentación a partir de las precipitaciones producidas en Sierra de Gádor o, sobre todo, Sierra Nevada, son netamente superiores a los disponibles para las depresiones y montañas del litoral levantino.

b. Una muy escasa disponibilidad de recursos energéticos. Muy pobre posibilidad de utilización de energía hidráulica --sólo reseñable en algunos manantiales de montaña de caudal relativamente regular y fuerte pendiente (vega de los Vélez, Huebro)--, muy irregulares disponibilidades de energía eólica (históricamente más aprovechadas en el Campo de Níjar), y una frágil oferta de especies vegetales susceptibles de suministrar combustible que, en cualquier caso, dependería de las condiciones y de la magnitud de los requerimientos antrópicos. Los reservorios principales de este tipo de combustible orgánico se encuentran en las sierras y han sido intensamente aprovechados en las ubicadas inmediatas al litoral (Sierra de Gádor, Sierra Alhamilla, zonas bajas de los Filabres, etc.). Dentro de los sistemas energéticos industriales hay que constatar la absoluta ausencia de combustibles fósiles en el territorio que analizamos. La energía animada --humana o animal-- tampoco abundó hasta el siglo XIX en la zona. Durante el siglo XIX, el fortísimo crecimiento demográfico multiplicaría la disponibilidad de recursos humanos que serían utilizados masivamente en el acondicionamiento agrícola de amplias zonas de la superficie provincial.

c. La riqueza geominera de las sierras de la provincia comenzaría a ser intensamente aprovechada desde el siglo pasado tras el largo paréntesis que siguió a la explotación de las épocas púnica y romana. Sin embargo, los criaderos metalíferos (plomo, hierro y oro) que encierran estas estribaciones, activados como recurso a partir de una favorable renta locacional para atender la demanda europea de la Revolución Industrial, no han sido comparables en sus reservas explotables a los de otras zonas próximas del Sureste o de Andalucía (Alquife, La Unión-Cartagena, Linares-La Carolina). El episodio minero contemporáneo, de fuerte impronta en el medio ambiente, no se ha prolongado en el tiempo.

d. La localización del territorio almeriense debería haber proporcionado ventajas situacionales, en el camino entre Europa y el Norte de África o en las rutas de intercambios del Mediterráneo Occidental, que, sin embargo, aparte del efímero "esplendor del siglo XI", con Almería como principal puerto de Al Andalus, han sido históricamente poco aprovechadas. Por otro lado, la pobreza y despoblamiento del hinterland del litoral almeriense y de la misma franja costera durante los siglos XV-XIX, acentuaría los rasgos de enclave desconectado del interior que propicia el relieve y con ello el aislamiento que la dejaban al margen de las redes comerciales marítimas intraeuropeas.

 

2. NOTICIAS DE UN PASADO REMOTO.

Situadas las características territoriales con las anteriores pinceladas, vamos a retroceder ahora muy atrás en el tiempo. Desde el neolítico, es decir, desde el inicio de la agricultura y la ganadería, el ser humano se convirtió en el factor determinante en la evolución del medio natural, influyendo no sólo en la distribución y composición de los ecosistemas, sino incluso en su genética.

En el caso almeriense los primeros asentamientos neolíticos estables se organizan entre el 3500 y el 3000 A.C. A partir de ellos se desarrollarán sociedades agrícolas más complejas que comenzarán a elaborar herramientas de cobre y bronce, las culturas de Los Millares y el Argar (2500-1300 A. C). En todas las interpretaciones que se han realizado sobre el origen y el fin de ambas culturas el medio natural desempeña un papel muy importante. Se han efectuado numerosos estudios sobre restos de fauna y vegetación hallados en yacimientos milláricos y argáricos ubicados, por lo general, en las zonas más áridas de la provincia (Bajo Andarax, Bajo Almanzora, Níjar, Tabernas, etc.). Entre los restos de fauna predominan los de carácter forestal (ciervo, corzo, oso, lince, gato montés, etc.), que delatan la presencia cercana a los yacimientos de grandes bosques maduros y muy desarrollados . Aunque también es evidente que, en las actuales estepas y semidesiertos, existían espacios más abiertos (Vernet, 1997) cubiertos por formaciones arbustivas de alto porte, salpicados de árboles dispersos y pequeños bosquetes, lo que les conferiría un aspecto "sabanoide". Por lo que se refiere a los restos de polen y carbones cabe destacar su gran variedad (encina, coscoja, alcornoque, quejigo, pino laricio, pino resinero, madroño, lentisco, sabina, acebuche y, sobre todo, pino carrasco), que contrasta con cierta imagen simplificadora, aunque muy difundida por la fitosociología, del primitivo bosque mediterráneo como un monótono encinar (García Latorre & García Latorre, 1996). Todas las reconstrucciones que se han elaborado del medio natural almeriense en los períodos del cobre y del bronce coinciden en señalar que la red hidrográfica estaría formada por cursos permanentes de agua. Los estudios efectuados sobre moluscos de agua dulce y salobre hallados en sedimentos depositados en las desembocaduras de los ríos del Sureste indican también que nuestros ríos y ramblas, habitualmente secos en la actualidad, llevaban agua de manera regular y continua (Carrilero & Suárez, 1997). Se ha comprobado igualmente que las desembocaduras de los ríos Andarax, Almanzora, Antas y Adra, se encontraban tierra adentro alejadas de su emplazamiento actual entre 2 y 8 kilómetros, lo que da idea de la magnitud que han alcanzado los fenómenos erosivos en nuestra provincia desde entonces (Hoffmann, 1987).

El medio natural y el paisaje en el que se desenvolvieron las culturas de los Millares y el Argar era, pues, muy diferente del que conocemos hoy y, sin embargo, el clima parece haber sido muy parecido o igual al del presente, ya que en el ámbito mediterráneo en general, y en el Sureste ibérico en particular, no se han detectado cambios climáticos significativos en los últimos 4000 o 5000 años.

A pesar de sus limitaciones tecnológicas, las gentes de los Millares y, especialmente, las del Argar iniciaron el largo proceso de alteraciones de origen antrópico que han transformado radicalmente los ecosistemas almerienses. Se ha podido constatar que con sus actividades agrícolas, ganaderas y metalúrgicas comenzaron a deforestar las tierras bajas, propiciando la sustitución de las formaciones vegetales más desarrolladas y de mayor porte por formaciones arbustivas. Se ha especulado incluso sobre el papel que el empobrecimiento y la pérdida de suelos originados por la erosión pudo desempeñar en la desaparición de estas culturas prehistóricas (Carrilero & Suárez, 1997)

 

3. EL MUNDO ROMANO

La información arqueológica sobre los paleoambientes de períodos posteriores al colapso de la cultura argárica es muy escasa. En nuestro ámbito geográfico las primeras -y desgraciadamente breves- referencias al medio natural se encuentran en autores romanos. Estrabón en su Geographia describe las montañas del Sureste "cubiertas de espesos bosques y árboles gigantescos". En el s. IV D.C Avieno nos informa sobre la desaparición de pinares en las costas almerienses, concretamente en Punta Sabinal, el antiguo cabo Pytiusas (que en griego significa literalmente del pinar).

Hay un acuerdo generalizado en considerar que durante el período romano los ecosistemas del Mediterráneo experimentaron una agresión sin precedentes (Thirgood, 1981). La expansión de los cultivos de secano (cereales, vid y olivo), junto con un importante crecimiento demográfico, serían los principales responsables. Es posible que algunas comarcas de la actual provincia de Almería alcanzaran entonces niveles de urbanización y densidades de población que no volvieron a darse hasta épocas muy recientes. Sería el caso de la cuenca de Vera (Castro et al., 1996) y probablemente del campo de Dalías. El Sureste tuvo además un protagonismo muy destacado como exportador de minerales (plomo, plata). Entre el período púnico y el romano se produjo el primer episodio de especialización exportadora y de conexión de la economía regional con grandes redes comerciales de carácter "internacional". Estos episodios se han repetido en varias ocasiones a lo largo de la historia -ahora nos encontramos en uno de ellos- y con frecuencia se han traducido en súbitas explosiones demográficas e intensas alteraciones medioambientales.

En todo el Sureste peninsular se conocen 30 localidades con signos de actividad minera en el período romano. Por lo que se refiere a nuestra provincia, tan sólo sabemos que hubo minas en sierra de Gádor y en sierra Almagrera (cuyos restos, espectaculares en muchos casos, salieron a la luz durante el boom minero del siglo pasado).

No conocemos los efectos medioambientales de esta actividad en Almería, pero disponemos de indicios muy significativos procedentes de la vecina provincia de Murcia, cuyas características ambientales y trayectorias históricas son muy semejantes a las nuestras. Polibio describía los paisajes mineros del Sureste como "montes áridos y estériles". En la sierra de Cartagena, en donde llegaron a concentrarse hasta 40.000 mineros, los restos de minas, escorias y fundiciones romanas ocupan una superficie de 14´8 Km. de largo por 6 Km. de ancho. Las escorias abandonadas por cartagineses y romanos se han vuelto a explotar desde el siglo XVI y, especialmente, desde el XIX (Gil et al. 1996). Sólo en el año 1848 se reciclaron 1.102.481 toneladas (Domergue, 1987). El consumo de madera en las fundiciones y para entibar las minas debió ser considerable. En 1944 se comprobó que algunas antiguas minas romanas contaban con galerías, que descendían hasta 300 metros de profundidad, cuyas paredes estaban entibadas con "masas enormes de madera de pino" (Beltrán, 1944). Entre los utensilios encontrados en estas minas se hallaron muchos confeccionados total o parcialmente con madera y resina de pino: escaleras talladas en troncos de grandes dimensiones, poleas, norias, ejes, vigas, etc.

En el siglo III D.C el mundo romano entra en crisis y se derrumba definitivamente en el siglo V. Las ciudades desaparecen y la población se reduce. Es probable que el medio natural disfrutara a partir de entonces de un período de recuperación después de varios de siglos de explotación muy intensa.

 

4. LA EDAD MEDIA

La invasión de árabes y bereberes en el año 711 abre la larga edad media islámica, que en las tierras almerienses se prolongó hasta finales del siglo XV y, en realidad, hasta la expulsión de los moriscos en 1570. En el siglo XIII los castellanos conquistaron toda la Andalucía del Guadalquivir y el reino de Murcia. Al-Andalus, la España musulmana, quedó reducida al pequeño reino de Granada (las actuales provincias de Almería, Granada y Málaga).

En el siglo XIV el príncipe Don Juan Manuel y el rey Alfonso XI escribieron sendas obras dedicadas a su pasatiempo favorito, la caza, en las que encontramos información de enorme interés sobre la naturaleza del Sureste. De ellas se desprende que las áreas montañosas seguían cubiertas por densas masas boscosas en las que vivían osos, ciervos, corzos y jabalíes, que los bosques seguían existiendo incluso en zonas costeras, hoy desérticas y deforestadas, y que probablemente los recursos hídricos eran más abundantes que en la actualidad, a juzgar por la cantidad de cursos de agua, manantiales y zonas encharcadas en las que se podían cazar grullas y otras aves acuáticas (García Latorre, J. García Latorre, 1988).

Tras la conquista de Almería por los Reyes Católicos la documentación castellana del siglo XVI nos ofrece el mismo tipo de noticias sobre fauna y vegetación hoy desaparecidas. Además de referencias a ciervos, jabalíes, corzos, osos, quebrantahuesos y otras especies indicadoras de ambientes forestales maduros, que aún deambulaban por las sierras almerienses, encontramos entonces comentarios sobre un misterioso animal que vivía en el Norte de la provincia: la encebra o cebra, un pequeño équido salvaje que posiblemente se extinguió antes de que terminara el siglo XVI y que con anterioridad había ocupado extensas áreas de la Península Ibérica.

La naturaleza y las sociedades humanas coevolucionan y, como hemos visto, el medio está bajo control humano desde hace mucho tiempo. Sin embargo, cada sociedad establece con la naturaleza una relación peculiar, que puede ser más o menos destructiva o "conservacionista". El medio natural del Sureste durante la edad media, y hasta el siglo XVI, nos resulta sorprendente por su riqueza y no podemos dejar de sospechar que el ser humano tenía algo que ver en ello.

A partir del siglo X y, como consecuencia directa de la invasión árabe-bereber, se produce una auténtica revolución en los sistemas agrarios y en los modos de aprovechamiento y gestión del territorio. La introducción de sistemas hidráulicos de regadío y de nuevas especies cultivadas significa una profunda ruptura con las tradiciones agrícolas anteriores basadas en el cultivo, en secano, de especies adaptadas al clima mediterráneo. Las comunidades de campesinos islámicos crearon pequeños espacios profundamente artificializados (por medio de terrazas, acequias, presas, depósitos de agua, etc.) y desvinculados de los ecosistemas mediterráneos del entorno. La mayor parte de la producción se obtenía en ellos y gracias a sus altos rendimientos era posible el funcionamiento de una sociedad que no necesitaba alterar y transformar grandes superficies para sobrevivir. Por el contrario la sociedad feudal europea y antes la romana se habían basado en los cultivos extensivos de secano (fundamentalmente cereales) que, en el medio natural del Mediterráneo, implican la deforestación y el uso de enormes espacios, a consecuencia de los bajísimos rendimientos por unidad de superficie y de los largos períodos de barbecho. Detrás del regadío andalusí no hay sólo una cuestión de tecnología (los romanos sabían muchísimo de hidráulica), sino también una "opción social" (Barceló, 1989).

A lo largo del siglo XVI los castellanos alteraron de diversas maneras el modo de vida tradicional de los musulmanes almerienses (transformados en "moriscos" a consecuencia de su forzada conversión al cristianismo constituyeron el 90% de la población de la provincia hasta 1568) introduciendo estructuras políticas y sociales procedentes del mundo feudal europeo y nuevas formas de uso y aprovechamiento de los recursos. Entre ellas se encuentra la gran ganadería trashumante que, sin duda, debió afectar a los ecosistemas de las tierras bajas. Durante los inviernos en las cálidas llanuras almerienses se concentraban entre 150.000 y 200.000 cabezas de ganado procedentes del Norte.

Tras la expulsión de los moriscos la burocracia estatal castellana elaboró, pueblo a pueblo, minuciosos informes de carácter cuantitativo (los libros de apeo y repartimiento) sobre todo tipo de cuestiones relacionadas con el mundo rural. Gracias a ellos y a otros documentos sabemos que el territorio almeriense estaba escasamente poblado (55.000 habitantes antes de la expulsión) y que los cultivos apenas cubrían el 6% de la superficie de la provincia (unas 48.000 hectáreas en total, de las cuales unas 8000-10.000 serían de regadío), un porcentaje bajísimo que nos permite entender el buen estado de conservación de los bosques y la alta diversidad faunística de la zona (García Latorre & Sánchez Picón, 1998). Más del 90% del espacio estaba subexplotado y dedicado a actividades de carácter muy extensivo (caza, recolección, ganadería). Destacan en este sentido las áreas costeras, en las que hoy se concentra la mayor parte de la población y que eran entonces espacios deshabitados y sumamente peligrosos a causa de la piratería norteafricana y turca. Este factor de carácter político siguió limitando la explotación de las costas hasta bien entrado el siglo XVIII.

 

5. LA EDAD MODERNA

El proceso de colonización organizado por Felipe II tan sólo consiguió atraer a unos 20.000 colonos cristianos, de manera que hacia el año 1600, con una densidad de población inferior a los 3 habitantes por kilómetro cuadrado, Almería era un mundo vacío y una peligrosa frontera frente al mundo islámico. Sin embargo, la repoblación dio origen a un auténtico proceso de colonización que se prolongó de manera espontánea hasta el siglo XVIII y que estuvo basado precisamente en la abundancia de tierras no cultivadas. Fue en este período cuando se estableció la toponimia castellana. Los topónimos (los nombres de lugar) castellanos implantados a partir de 1570 por los colonos cristianos son una magnífica fuente de información sobre el medio natural almeriense entre los siglos XVI y XVIII. Zonas enteras de la provincia que se encuentran hoy totalmente deforestadas cuentan con abundante toponimia que alude a su primitiva cubierta vegetal y a la fauna que la habitaba: "El pinar", "El carrascal", "La madroñera", "El alcornocal", "La garganta del ciervo", "La rambla del oso", "La cueva de la osa", "El cerro del corzo", etc. Hasta ahora hemos localizado casi 4000 topónimos que describen la naturaleza del pasado reciente (García Latorre & García Latorre, 1998).

Hacia 1750 la provincia contaba ya con 124.000 habitantes y los cultivos, especialmente los de secano, habían crecido significativamente a costa de la vegetación espontánea. Había unas 150.000 hectáreas cultivadas (casi el 92% en secano), lo que representa entre el 17% y el 20% de la superficie provincial. No obstante, el territorio seguía estando poco poblado y el 80% del espacio seguía explotado de manera extensiva.

Los inventarios forestales elaborados por la marina y diversas fuentes documentales muestran que las montañas de la provincia contaban aún con una extraordinaria cubierta boscosa. Veamos algunos ejemplos: más de medio millón de encinas y algunos miles de quejigos y madroños en la ladera Sur de sierra de Gádor; 150.000 encinas en el término municipal de Abrucena; medio millón de encinas en el término de Abla; casi 150.000 árboles, en su mayor parte pinos, en el término de Oria. Incluso en lugares con menos de 200 mm. anuales de precipitación había masas forestales considerables, como en Cuevas del Almanzora, en donde se contabilizaron unos 70.000 pinos. También quedaban alcornocales y quejigares en diversos puntos de la provincia.

El medio podía ser explotado de una manera mucho más intensa y destructiva, pero en las sociedades anteriores a la revolución francesa había toda un serie de normas sociales y restricciones legales (los derechos comunales de los campesinos sobre los espacios no cultivados, los derechos de los señores feudales, etc.) que lo impedían o, al menos, lo dificultaban. De ahí que el proceso de colonización iniciado a finales del siglo XVI estuviera alcanzando sus límites a mediados del XVIII. Harían falta dos revoluciones de alcance europeo en primer lugar y mundial más adelante para ponerlo de nuevo en marcha: la revolución industrial y la revolución liberal-burguesa.

 

6. LA EDAD CONTEMPORÁNEA: LA GRAN TRANSFORMACIÓN.

Los ecos de la industrialización europea alcanzaron el territorio almeriense nada más empezar el siglo XIX. La demanda europea de minerales como el plomo, primero y el hierro, a finales de la centuria, impulsaron un verdadero boom minero en la provincia que está en el origen de una cascada de transformaciones de un gran impacto económico, social y ambiental. El siglo XIX fue el siglo minero por excelencia, y durante la mayor parte de la centuria este episodio económico estuvo dominado por la explotación de los minerales de plomo de Sierra de Gádor y de Sierra Almagrera que tenían la particularidad de ser exportados en barras metálicas, tras ser sometidos a un primer tratamiento metalúrgico. La metalurgia del plomo, concretada en docenas de fábricas que mantuvieron sus hornos encendidos entre 1820 y 1890, nos han dejado la costa jalonada con los restos de sus chimeneas, pero también, y sobre todo, nos han legado las secuelas de su profundo impacto ecológico. En la Sierra de Gádor, particularmente, el tratamiento de las galenas en rudimentarios hornos artesanales ( los boliches) que utilizaban como combustible monte bajo (atocha y esparto, sobre todo), para la primera fusión, y madera de encina para la segunda fusión o beneficio de las escorias ("horruras"), provocó una verdadera catástrofe ecológica. La deforestación fue de tal calibre que los propios testigos de la época elevaron su voz contra la prosecución de tales prácticas metalúrgicas. Sin embargo, las prohibiciones de utilización de combustible vegetal, a pesar de ser repetidas por las autoridades provinciales desde 1837 hasta 1854, no fueron prácticamante atendidas. El cierre de los boliches a partir de los años 1860 estaría ocasionado por la deforestación absoluta de los parajes más próximos a los talleres, que se veían obligados a surtirse de lugares cada vez más lejanos, y, sobre todo, por la dura competencia establecida desde las grandes fábricas metalúrgicas "a la inglesa" que los principales comerciantes del plomo habían instalado en Adra o Almería y que consumían carbón mineral importado desde Gran Bretaña. Para entonces, en poco más de veinticinco años, los hornos metalúrgicos habían arrasado más de medio millón de encinas que vendrían a ocupar una superficie de unas 28.000 hectáreas y no menos de 50.000 hectáreas de espartales en la Sierra de Gádor (Sánchez Picón, 1996).

A pesar de su carácter espectacular, la deforestación causada por la minería no fue la intervención humana de mayor magnitud sobre los montes de la provincia a lo largo del siglo XIX. Los efectos del desarrollo metalúrgico se pueden circunscribir al entorno de la Sierra de Gádor en el Suroeste provincial. En otras zonas del interior la actividad minera fue más tardía, más concentrada espacialmente y menos dependiente de los recursos energéticos que ofrecía el terreno. Sin embargo, los testigos de la época, tal y como los recoge el Diccionario de Madoz, insisten en el retroceso que estaba sufriendo la vegetación forestal en parajes como las sierras de los Filabres, Estancias, Nevada y otras del interior.

El extraordinario incremento de la presión demográfica y las consecuentes necesidades alimenticias y energéticas de una población en aumento pueden explicar la tremenda presión que sufriría el monte almeriense a lo largo de la centuria pasada y que se mantuvo hasta por lo menos los años 1950 de nuestro siglo.

Como vimos más arriba, la recuperación de las cifras de población a lo largo del siglo XVIII no había permitido todavía que la densidad almeriense se situara a la altura de las andaluza y española. Sin embargo, a lo largo del siglo XIX la situación se había invertido. Los 315.000 habitantes censados en 1860 suponían una densidad de 36 habitantes/km2, por encima ya de las cifras andaluza (33) y española (31). Si observamos las tasas de crecimiento, podemos detectar cómo entre 1787 y 1860 la población de Almería había crecido a un ritmo superior en más de un 30 % al de Andalucía y España. Precisando más la cronología, sabemos que la aceleración del ritmo de incremento se produce entre 1820 y 1860, cuando hemos calculado unas tasas anuales del 1,4 %.

En efecto, después de la Guerra de la Independencia y en un lapso de menos de cuarenta años, la provincia de Almería superaría consecutivamente los 200 mil y los 300 mil habitantes. En resumen, entre 1787 y 1860, su población aumentó en un 91 %, frente al 63 % de Andalucía y el 50 % en España.

Durante la segunda mitad del siglo XIX se hace más lento el crecimiento. En la primera mitad del siglo XX, tras el cenit alcanzado hacia 1910 --380.000 habitantes-- hay periodos en los que incluso se pierde población, mientras que España y Andalucía presentan sus tasas más elevadas. Este retroceso demográfico explica que, a pesar de la importante recuperación del periodo 1970-1990, la provincia de Almería haya quedado distanciada con sus 51 hab./km2, de las densidades actuales de Andalucía y España: 79 hab./km2 y 77 hab. /km2, respectivamente.

A diferencia del crecimiento actual, el avance demográfico del siglo XIX se produjo en el marco de una economía débilmente integrada en el mercado y que se basaba todavía en fuentes de energía tradicionales. La incomunicación y el aislamiento estimularon el crecimiento de las superficies cultivadas para atender a las necesidades alimenticias de un número creciente de personas y animales. Desde un punto de vista energético, una economía orgánica dependía todavía de las fuentes tradicionales (leña, energía animal o animada) para la combustión, la tracción y el transporte. En otras palabras, esta población relativamente tan densa de mediados del siglo XIX tuvo que atender la mayor parte de sus necesidades (energéticas y alimenticias, en primer lugar) con los recursos que le ofrecía el terreno.

Además, buena parte de esta población se ubicaba en las comarcas serranas del interior de la provincia: en 1857 casi 180.000 personas habitaban las comarcas de los Vélez, Medio y Alto Almanzora, Filabres y Andarax Alto, o sea, más del 56 % de la población total provincial. En nuestros días, apenas se alcanzan los 110.000, equivalentes a menos del 24 % de la población provincial y con una distribución territorial mucho más concentrada en los núcleos cabecera de cada municipio que la que se daba a mediados del siglo XIX.

Los datos del cuadro 1 recogen un incremento de la superficie cultivada en los aproximadamente doscientos años que van desde 1568 y 1752, de unas 100.000 hectáreas, cifra que volverá a doblarse en los siguientes doscientos años hasta alcanzar hacia 1960 una extensión superficial superior a las 300.000 hectáreas. Desde entonces, durante los últimos treinta años, el éxodo rural y la definitiva integración en ámbitos económicos más amplios que permiten el abastecimiento externo de los recursos alimenticios que antes se obtenían sobre el terreno, han permitido la disminución relativa de la presión sobre el medio y el abandono de antiguos terrenos cultivados.

 

Cuadro 1: Superficies cultivadas en la provincia de Almería (siglos XVI-XX). Hectáreas

Años

Regadío

%

Secano

%

Total

%

1568

8.279

16,6

39.849

83,4

48.125

100

1752

12.734

8,6

133.610

91,4

146.344

100

1900

22.000

10,1

195.380

89,9

217.380

100

1935

37.747

14,6

220.133

85,4

257.880

100

1965

45.398

14,7

263.114

85,3

308.512

100

1994

73.552

26,4

205.426

73,6

278.978

100

Fuentes:Libros de Apeo y Repartimiento (1573), Catastro de Ensenada (1752), GEHR (1991), Consejo Económico Sindical (1970) y Cámara de Comercio (1994).

 

Los terrenos sometidos a cultivo --por utilizar una expresión muy decimonónica-- se hicieron a costa del retroceso de amplias zonas forestales. De todos modos, la aleatoriedad de las cosechas, separadas por amplios periodos de barbecho, y las dificultades para el acondicionamiento de las nuevas parcelas, a menudo inverosímilmente conquistadas en las más fuertes pendientes, solo puede explicar este avance del frente roturador en las condiciones específicas de la coyuntura histórica del periodo que se extiende durante la segunda mitad del siglo XIX y primera mitad del siglo XX. Esto es: una economía débilmente articulada con el exterior y que estaba obligada al autobastecimiento alimentario; y una amplia oferta de mano de obra, en unas comarcas serranas densamente pobladas, que permitían con un bajo coste de oportunidad, la ingente tarea de construcción, acondicionamiento y mantenimiento de los nuevos secanos.

Muy pronto se apreciaron las consecuencias medioambientales de este proceso expansivo. En este sentido, nos parece interesante reproducir las observaciones que el Ingeniero del Servicio Agronómico provincial realizara en su Informe de 1891:

"Son relativamente muy pocos los terrenos dedicados a siembra de cereales, aunque se han destinado a este cultivo muchos terrenos que jamás debieron roturarse, de los cuales han sido unos abandonados, y otros se siembran de cinco en cinco y aun de siete en siete años; es decir, cuando al que trata de explotarlos se le ha olvidado la pérdida que sufrió en la última tentativa de cultivo o ignora el fatal resultado que obtuvo su antecesor. Estos terrenos (...) causan también periódicamente esos inmensos aluviones de aguas cenagosas, acompañadas de piedras que, si en ocasiones sirven para entarquinar y mejorar otros terrenos no menos infecundos, en otros, por el contrario, elevando el suelo de las ramblas, elevan también el nivel de los mismos dando lugar a terribles accidentes, en los pueblos situados en los márgenes de los ríos o ramblas. Dichos terrenos puede decirse que han sido perdidos desde el momento que fueron roturados".

 

Hace 100 años no pasaban despercibidas algunas de las negativas externalidades ambientales propiciadas por el crecimiento incontrolado de los terrenos cultivados: el agravamiento de la erosión, por un lado, y el incremento de riesgos naturales derivados de las alteraciones producidas en la red hidrográfica y de la colonización humana de terrenos inundables antes deshabitados.

La deforestación, originada por un conjunto múltiple de impactos, era juzgada, también por esa época, como la responsable de la modificación del ciclo hidrológico con la consecuente merma de los recursos hídricos disponibles. En un informe del año 1918 se decía:

"Pero en la provincia de Almería carecemos casi en absoluto de montes, y los pocos que existían de dominio particular están desapareciendo porque se talan para venderlos como combustibles, con lo cual sus propietarios atentan al porvenir, pudiendo augurarse que dentro de pocos años variará el régimen de distribución de las aguas pluviales, pasando todas ellas a ser torrenciales y disminuyendo, por tanto, el régimen constante de las superficiales y subálveas" (Estadística Minera, 1918).

 

La referencia a la titularidad privada de algunos montes que aparece en la cita anterior nos lleva a considerar los aspectos institucionales relacionados con la modificación de los derechos de propiedad, que coadyuvaron a la expansión incontrolada de la explotación de los recursos naturales a partir de la revolución liberal-burguesa. En efecto, el proceso desamortizador a lo largo de toda la centuria pasada, con su secuela escandalosa a propósito, por ejemplo, de la conflictiva privatización de antiguos montes públicos en Níjar o Tabernas, supuso la culminación de los repartos de tierras de propios realizados desde los ayuntamientos desde finales del siglo XVIII. El retroceso de la propiedad pública sobre los montes fue general en todo el país, aunque falta todavía una evaluación precisa de su impacto en Almería. Los montes, en cuanto provisores de bienes públicos no retribuidos por el mercado --su función ambiental--, se vieron sometidos, en pleno avance de la propiedad privada sin limitaciones, a una explotación insostenible de sus recursos, una vez desprovistos del marco regulador que garantizaba su aprovechamiento colectivo durante el Antiguo Régimen.

La intensificación vino de la mano del cambio institucional. También el desarrollo minero a gran escala había exigido profundas reformas legales que desnacionalizaron el laboreo y la obtención de metales, eliminando el monopolio que la Corona había ostentado hasta las leyes de 1825 y, sobre todo, 1868.

La legislación desvinculadora o desamortizadora, también afectaría a otro recurso básico para los agroecosistemas del Sureste árido: el agua. Las leyes de aguas de 1866 y 1879 establecieron el marco legislativo de uso de los recursos hídricos que se ha mantenido hasta 1985. Durante la segunda mitad del siglo XIX retrocedió la gestión pública, encarnada en instancias municipales, de los sistemas de regadío, que se vería sustituida por los organismos creados autonómamente por los regantes (comunidades o sindicatos) o por el crecimiento de las sociedades privadas que a partir de nuevos alumbramientos hicieron crecer las transacciones mercantiles de agua para el regadío.

Las cifras del cuadro 1 nos permiten situar las siguientes etapas en la evolución del regadío almeriense:

1ª. Hasta aprox.1850-60, las superficies irrigadas aumentaron al ritmo que le marcaba fundamentalmente la presión demográfica: desde las 8.000 hectáreas de finales del siglo XVI hasta las 16.000 que hemos calculado para el ecuador del XIX. Se trató de un crecimiento tecnológica y productivamente tradicional que culmina en los años centrales del ochocientos en la coyuntura de un gran cambio institucional. Los cereales serán el cultivo vector de esta expansión hidráulica. Dadas las condiciones agroclimáticas de la provincia almeriense, sólo el regadío podía garantizar cosechas regulares en las producciones fundamentales para la alimentación de personas y animales.

2ª Desde 1860 hasta 1920-1936, se acelera el crecimiento del regadío. Los estímulos del mercado son determinantes en la intensificación. Por un lado, la privatización en la gestión y propiedad de los recursos se manifiesta en la proliferación de sociedades hidráulicas; por otro, los cultivos comerciales --la uva, el naranjo-- actúan en determinadas comarcas como vectores de la ampliación. Tecnológicamente se trata todavía de unos dispositivos hidráulicos de gravedad, en los que el bombeo de caudales subterráneos apenas ha comenzado. Se anotan transferencias en este sentido desde la actividad minera y, en función de la progresiva complejización de las captaciones y conducciones, el recurso a un mayor asesoramiento técnico externo.

 

3ª Entre 1936 y 1953 el crecimiento del regadío se colapsa. En una coyuntura autárquica las producciones agrarias más dinámicas se contraen y dejan de funcionar algunos de los incentivos que en la décadas anteriores habían promovido la expansión e intensificación del regadío. Además, las restricciones energéticas de la etapa, particularmente notorias en Almería, retrasan la mecanización del regadío y el acceso a los acuíferos subterráneos.

 

Cuadro 2: Tasas de crecimiento anual de la superficie de regadío (1850-1990)

Períodos

Tasas (%)

1850-1898

0,67

1898-1910

1,49

1910-1935

0,86

1935-1953

-0,47

1953-1962

2,10

1962-1977

3,09

1977-1990

1,93

Fuentes: Sánchez Picón (1997).

 

4ª. Entre 1953 y 1984 cambia la faz del regadío almeriense. Desde la segunda mitad de los cincuenta y durante los sesenta y setenta, la reactivación resulta fulgurante con tasas superiores incluso al 3% anual, que sólo han comenzado a declinar --aún manteniendo un fuerte ritmo de crecimiento cercano al 2 % -- en la segunda mitad de la década de 1980. Las nuevas comarcas de la agricultura intensiva basada en la producción de frutas y hortalizas, protagonizan un despegue que deja a los antiguos regadíos de cereales en una posición cada vez más marginal. La ruptura del bloqueo se iniciaría de la mano de la iniciativa pública, merced a la actividad prospectora del Instituto Nacional de Colonización. Su intervención, decisiva en el Campo de Dalías, dotaría de características peculiares a esta agricultura pionera.

5ª. Del carácter meramente aproximativo de los hitos temporales que delimitan esta propuesta de periodización cabría excluir, no obstante, la fecha de 1984, en la que la Junta de Andalucía hizo público el decreto en el que se intentaban tomar medidas ante la sobreexplotación de los acuíferos del Campo de Dalías --prohibiendo la ampliación de la superficie de invernaderos--. Desde entonces la cuestión del agua ocupa el centro del debate económico y social de la provincia y se considera que el mantenimiento del actual modelo de crecimiento económico depende de la búsqueda de alternativas a la escasez hídrica. Los problemas de la sobreexplotación y las mejoras en la eficiencia de los regadíos almerienses son los rasgos que mejor definen la etapa en la que todavía estamos inmersos.

En términos absolutos, el desigual ritmo de ampliación del regadío a lo largo del presente siglo se pone de manifiesto si reparamos en que entre 1898 y 1935 su superficie creció en unas 10.500 hectáreas; entre 1935 y 1962 en unas 3.500; y en los treinta años siguientes, hasta 1990, se duplicaría con la aportación de unas nuevas 37.300 hectáreas.

Tanto territorial como productivamente nos encontramos ante unos nuevos regadíos. La distribución geográfica se ha alterado con rotundidad. A mediados del siglo XIX las 16.000 hectáreas ocupadas por los cultivos de regadío se repartían entre las cuencas fluviales de la provincia con relativo equilibrio ya que los porcentajes mayores --en torno al 15 % de la superficie total-- se agrupaban en los cursos bajos del Almanzora y del Andarax. Actualmente, nada más que el Campo de Dalías y los regadíos del Bajo Almanzora superan más del 50 % de la extensión total del regadío. En términos productivos, los gráficos 2 y 3 demuestran con claridad la profunda mutación producida.

 

Gráficos 2 y 3

 

 

 

 

7.ALGUNAS REFLEXIONES Y PROPUESTAS

 

Cuadro 3 : Niveles de erosión en Almería, Andalucía y España (% sobre superficie total). Riesgo de erosión activa.
  Intensa, muy alta y alta Media Baja
Almería 63,5 % 24,9 % 11,5 %
Andalucía 39,8 % 22,3 % 37,8 %
España 18,1 % 25,6 % 56,3 %
Fuente: Consejería de Medio Ambiente (1995: 198-199).

 

Los datos de los actuales informes medioambientales --ver cuadro 3-- insisten en que la provincia de Almería padece hoy un elevadísimo riesgo de desertización que es uno de los más graves de toda la cuenca mediterránea . Más de las dos terceras partes de su territorio están sometidas a un grado muy alto de erosión activa con pérdidas importantes de suelo útil, lo que acelera el avance del desierto. Esta amenaza también es importante en el resto de la Península Ibérica, pero con la misma gravedad sólo afecta a algo más de la tercera parte de la región andaluza y a menos de la quinta parte del Estado español.

Por lo tanto, la lucha contra la desertización se presenta como uno de los ejes de la política medioambiental en nuestra provincia. De la síntesis que hemos realizado de la trayectoria histórico-ecológica se puede inferir la importancia que tienen los factores institucionales relacionados con la propiedad y la gestión de los recursos naturales, a la hora de asegurar un desarrollo sostenible en la explotación de los mismos. Así, la revolución liberal del siglo XIX tras demoler el marco legal del Antiguo Régimen, promovió el avance de la propiedad y la gestión privada de los recursos naturales (las minas, el agua o los montes). La experiencia histórica nos dice que bajo este régimen de derechos de propiedad se genera una mayor producción por el incremento de la tasa de extracción de estos recursos, pero también que este crecimiento no resulta siempre ordenado y sostenible. Determinados bienes públicos no retribuidos por el mercado (la función reguladora de la cobertura vegetal de nuestros montes, el aprovechamiento sostenible de nuestro recursos acuíferos) no fueron atendidos por una iniciativa privada que en algunos episodios, como la deforestación causada por la minería y la metalurgia o las roturaciones indiscriminadas de tierras a partir de la segunda mitad de la centuria pasada, actuó de un modo desordenado y abusivo.

En estas condiciones, el Estado liberal emergente, por propia voluntad o por incapacidad, no fue capaz de poner coto a estos desmanes. La actitud gubernamental era también hija de una ideología que hundía sus raíces en la Ilustración y que veía a la Naturaleza como una fuente inagotable de recursos y al Hombre como depositario de un destino en el que con el auxilio de la Ciencia y de la Tecnología, se conseguiría el absoluto sometimiento tanto de éstos como de aquélla. Además, la experiencia histórica en Almería nos previene contra las perniciosas y duraderas consecuencias de una intensificación desmedida de la intervención humana en un relativamente corto periodo de tiempo. Por ejemplo, hay parajes de una gran importancia económica y ambiental, como la Sierra de Gádor (con una función de primer orden en el sistema de abastecimiento hídrico de la región más dinámica de nuestra economía actual), que no se han recuperado todavía del fulgurante episodio deforestador de los años 1830-1860. Este es un buen ejemplo de una negativa externalidad de carácter ambiental transferida desde nuestros antepasados a las generaciones actuales. Otros ejemplos podrían citarse a propósito de las dificultades que históricamente ha padecido nuestra provincia para la realización determinadas obras hidráulicas destinadas a la regulación de las aguas superficiales (pantanos) como consecuencia de su rápida colmatación por un volumen de sedimentos potenciado por la deforestación.

Como defensora de esos bienes colectivos que son los que pueden asegurar la perdurabilidad de nuestro desarrollo económico y social, la política ambiental debe hacerse a partir de un potente sector público que actúe como propietario en unos casos, como gestor en otros y como mero regulador, en otros más, y bajo cuya responsabilidad esté la generación de incentivos que permitan la defensa de los recursos ambientales (bosques, explotación racional de nuestros acuíferos, lucha contra la contaminación...). En la gestión, sin embargo, la experiencia también nos previene contra los excesos de un dirigismo burocrático ajeno al mundo rural. Quizás desde el respeto a un principio de subsidiariedad, la ordenación del territorio debe estar atenta a la escala (local, comarcal, provincial...) más conveniente para la gestión de cada uno de los recursos y a la participación activa de las comunidades y agentes sociales afectados en la misma. La desconfianza que a veces cunde en medios rurales contra determinadas acciones de la política ambiental (declaración de parques naturales, repoblaciones forestales, planes de ordenación de recursos, etc.), es hija unas veces de la manipulación política, pero otras, la mayoría, de la resistencia local contra un exceso de arbitrismo.

Un ejemplo cercano de los problemas que puede acarrear una mala gestión lo tenemos en los negativos efectos que se están derivando de la deficiente implementación de las "ayudas a la reforestación" de la Unión Europea. Al amparo de estas ayudas, supuestamente gestionadas por la Junta de Andalucía, se están haciendo suculentos negocios privados escasamente relacionados con el objetivo inicial del proyecto y que no son defendibles desde el punto de vista de una adecuada gestión forestal. En este aspecto concreto la historia ecológica o la ecología histórica ofrecen una perspectiva digna de tener en cuenta. La palabra "restaurar" se ha puesto de moda y aparece en muchos de los proyectos de gestión medioambiental de las administraciones públicas. Evidentemente queda mucho mejor anunciar que se va a restarurar una ladera deforestada que decir que se van a plantar pinos (aunque lo que se haga sea plantar pinos). Pero restaurar significa volver a poner algo en su estado anterior y para ello hay que conocer el pasado medioambiental del área en cuestión, es decir, no sólo las especies que vivieron allí en otras épocas, sino también el modo en que las poblaciones rurales manejaron y alteraron el medio. Esta información puede ser de gran valor (de hecho lo está siendo en otros países) para los gestores actuales porque si no se sabe qué había allí antes difícilmente se podrá restaurar nada y se estará engañando a los contribuyentes. Lo cual no significa que la gestión medioambiental deba consistir en recrear el medio del pasado, ya que entonces nos encontraríamos ante un difícil problema: ¿qué medio restauramos? ¿El del siglo XVI, el del XVIII? Hacerse estas preguntas nos ayuda al menos a reflexionar sobre las complejidades que se esconden tras una palabra de la que frívolamente se abusa en los medios oficiales. En la práctica la restauración no ofrece ningún problema porque el catecismo fitosociológico -la "ciencia oficial" en la que se inspira buena parte de la gestión ambiental en nuestro país- ya sabe cómo era el medio "antes" sin necesidad de información histórica de ningún tipo (García Latorre, García Latorre & Sánchez Picón, 1998).

Otro aspecto relevante para la problemática presente que puede recibir una aportación interesante desde la investigación histórica, es el referido a la evaluación de los riesgos naturales. El "riesgo natural" tiene mucho de humano e histórico. Humano porque es con frecuencia el resultado de determinadas intervenciones antrópicas; e histórico porque los riesgos nos son constantes y están sujetos a una temporalidad. Aunque la investigación histórica no lo ha documentado todavía con precisión, existe una hipótesis consistente que relacionaría el incremento de las consecuencias catastróficas de determinadas inundaciones o sequías desde el siglo XIX (1830, 1871, 1879, 1891, etc.) con el crecimiento demográfico --y su secuela de ocupación de zonas más vulnerables-- y económico --y su secuela de puesta en cultivo de terrenos más expuestos a los azares climáticos-- que se intensifica desde la pasada centuria. Determinadas situaciones como las inundaciones de 1891 en Amería o la de 1973 en el Almanzora estimularon la realización de obras de encauzamiento de ramblas y cursos fluviales. Pero este tipo de riesgos está muy relacionado con la explotación del territorio que hacen los grupos humanos y está por ver si tras el abandono de, por ejemplo, determinadas tareas de mantenimiento de los sistemas hidráulicos (redes de boqueras, acequias y drenajes) en los cursos bajos de nuestros ríos-rambla, por la desaparición de determinados organismos de gestión colectiva, a la vez que se asistía un incontrolado crecimiento urbano que ha ocupado llanuras naturales de inundación, no se ha producido una modificación del mapa de riesgos naturales en algunas zonas.

 

BIBLIOGRAFÍA

Barceló, M. 1989. El diseño de espacios irrigados en Al-Andalus: un enunciado de principios. En: El agua en zonas áridas, 40-50. Primer coloquio de Historia y Medio Físico. IEA.

Beltrán, A. 1944. Las minas romanas de la región de la región de Cartagena según los datos de la colección de su museo. Memorias de los Museos Arqueológicos Provinciales, 5: 201-209.

Carrilero Millán, M.; Suárez Márquez, A. 1997. El territorio almeriense en la prehistoria. IEA.

Castro, P. V. et al. 1996. Territorios económicos y sociales en la cuenca de Vera (Almería). En: A. Sánchez Picón (Ed.), Historia y medio ambiente en el territorio almeriense, 35-48. Universidad de Almería.

Domergue, C. 1987. Catalogue des mines et des fonderies antiques de la Péninsule Ibérique. Tomo II. Publications de la Casa de Velázquez. Serie Archeologíe, VII. Madrid.

García Latorre, J.; García Latorre, J. 1996. Los bosques ignorados de la Almería árida. Una interpretación histórica y ecológica. En: A. Sánchez Picón (Ed.), Historia y medio ambiente en el territorio almeriense, 99-126. Universidad de Almería.

Gil, L. et al. 1996. Las regiones de procedencia de Pinus halepensis Mill. en España. Organismo Autónomo Parques Nacionales.

Hoffmann, G. 1987. Holozänstratigraphie und Küstenlinienverlagerung an der andalusischen Mittelmeerküste. Bremen.

Sánchez Picón, A. (1996): La presión humana sobre el monte almeriense durante el siglo XIX. En Sánchez Picón, edit., pp. 169-202.

Sánchez Picón, A., edit.(1996): Historia y medio ambiente en el territorio almeriense. Universidad de Almería.

Sánchez Picón , A. (1997): "Los regadíos de la Andalucía árida (siglos XIX-XX). Expansión, bloqueo y transformación". Áreas.

Thirgood, J. V. 1981. Man and the mediterranean forest. A history of resources depletion. Academic Press. London.