Lorenzo Cara Barrionuevo |
Alcazaba de Almería. Delegación Provincial de Cultura. |
La tradición no improvisa, la iniquidad sí
El desprecio por el campesinado es paralelo al miedo que produce su rebeldía; su invalidación como sujeto histórico es un lugar común en las doctrinas racionalistas, desde el Renacimiento al Capitalismo pasando por la Ilustración (Fontana, 1997). Hoy la reivindicación del mundo rural pasa por su carácter residual y está ligada a valores difusos que le son en gran medida ajenos (lo "tradicional", lo "natural"). Mientras el campo pierde peso económico, social, demográfico y cultural de modo irreversible, el campesinado se convierte en una mistificación y el paisaje rural acaba por desaparecer entre el mito de la naturaleza salvaje y el de la civilización.
Desde la institucionalización de las ciudades y toma de conciencia de las clases que apoyaron su ascenso, su destino estaba escrito y ha sido escrupulosamente cumplido. La cultura campesina tradicional existe hoy solo en forma de objetos de museo o en un vago recuerdo, es decir desactivada, desarticulada bajo la invención de lo popular, lo local, lo vernáculo, como cantera de recursos ideológicos o folklóricos para estrategias políticas tan correctas como necesarias con las que alimentar la falsa identidad (es decir, la coherencia y la diferencia de los grupos dominantes), mediante el estrechamiento de unas ficticias raíces comunitarias y la celebración de la imposible reconciliación con el mito fundacional (Prats, 1997). En este espacio vacío, subsidiario, conforme el futuro se esfuma el pasado vuelve cargado de nostalgia. Sin embargo, nada peor que añorar lo que nunca existió.
Siendo los grandes constructores del paisaje, ni campesinos ni pastores han consolidado un patrimonio, una memoria evidente, reconocida, merecedora de aprecio. Indigno de ser conservado en una sociedad que valora solo las aportaciones excepcionales (los "monumentos"), su legado -tan aparentemente sencillo como el meticuloso sistema de riego o el elaborado aterrazamiento de las laderas-, nos es mostrado hoy como un esqueleto sin sustancia o la incomprensible adición de componentes y, por lo tanto, carente de sentido. Su huella histórica ha sido profunda pero no indeleble, intensa pero no inmutable; hoy tiende a desaparecer sin dejar el relato de su propia existencia, sin tan siquiera conocer su biografía. Es solo un espacio sin tiempo, repetido, pobre, antiguo, pasado al fin y al cabo, sobre cuyos restos poder entender y a su vez celebrar el subdesarrollo de los otros, mientras se convierte en solar, como la ineludible realidad espacial en la que radicar cualquier actividad humana.
A la búsqueda de un horizonte integrador
Término controvertido, el paisaje es entendido como valor importante en la planificación del territorio y recurso susceptible de ordenación. Desde el punto de vista visual y medioambiental es un conjunto o adición de elementos (condicionantes) naturales (relieve, vegetación, agua, etc.), con escasa incidencia y consideración de aquellos elementos de intervención humana.
La Carta del Paisaje Mediterráneo (1992) lo define como la "manifestación formal de la relación sensible" de las sociedades en el espacio y en el tiempo. Es un concepto difuso pero sintético y global: el lugar donde se concretan las relaciones entre naturaleza y cultura, compuesto por la articulación de elementos bióticos con otros sociales.
En las sociedades "antiguas", la tierra era el medio de producción por excelencia. Pero su historia ha sido silenciosa y durante años oficialmente inexistente pues solo fue tratada académicamente en cuanto a magnitud de producción hacia el exterior (abastecimiento, materias primas y capital), es decir siguiendo la estrategia de los grupos no campesinos. Por el contrario, la lógica campesina establece aprovechamientos fluctuantes, imprecisos a veces, que generan derechos solo ejercitados por el uso. Las sociedades rurales reclaman el reconocimiento de un tipo específico de racionalidad espacial que trasforma el paisaje en territorio, mediante un vocabulario extremadamente preciso y variado (por ejemplo, en el aterrazamiento se diferencian balate u horma, parato-a, pedriza, albarrada, etc. palabras que remiten a una tipología y función definida).
En los modelos de análisis al uso el paisaje es extenso e indiferenciado, una realidad macroespacial y homogéneo; frente al trabajo campesino, el territorio no es una experiencia vivida, una geografía material sino un espacio político para la intervención normalizadora que solo se controla cuando se convierte en un mapa (Castro, 1997). Al contrario, la racionalidad productiva actual define un espacio finito, medible y real para parcelar, repartir, expropiar, vender, explotar y destruir.
Pero a diferencia de lo que se pensó desde la ciudad y el Estado a partir del s. XVI, el espacio agrario no es un hecho natural, espontáneo, bárbaro: es una construcción, un complejo edificio compuesto por un doble alfabeto (el de tierra y el del agua), una gramática o sintaxis (organización) y un "manual de estilo" (adaptación a las peores condiciones posibles -crisis periódica-, sucesión de actividades en un tiempo cíclico y estacional, acumulación de esfuerzos y reparación constante; importancia de los lazos de parentesco: empleo de mano de obra familiar, carácter local, etc.).
Desde las relaciones sociales de producción, el paisaje rural queda definido como lugar productivo en la manifestación de actividades históricas sobre un entorno específico. En palabras de M. Barceló (1988), el espacio rural sería la asociación entre el asentamiento humano (área de habitación del grupo social) y el conjunto de zonas donde tienen lugar los procesos de trabajo necesarios para la reproducción social. En este sentido, el territorio es la articulación de paisajes, compuestos por construcciones y edificios que suponen un acondicionamiento o modificación de las condiciones naturales, redefinen ámbitos, controlan y previenen acciones o captan recursos puntuales, longitudinales o extensivos, fijos o itinerantes.
Normalmente mantenidos gracias a la persistencia de su uso, estos artefactos no son elementos aislados, pasivos, "fosilizados", son medios tecnológicos producto de la yuxtaposición en el espacio de lógicas sucesivas, factibles de ser reconocidas al aplicar un método regresivo (Chevallier, 1976). No suponen, pues, entidades individuales, más o menos desarrolladas o complejas sino que forman parte de una estructura, de una trama, que desvela los procesos de trabajo y la organización social de los grupos sociales en su relación con el entorno.
Por consiguiente, el paisaje agrícola debe ser entendido tanto como una "ingeniería social", de carácter cultural, como el conjunto de territorios donde se expresan las contradicciones sociales a lo largo de la historia. Determinar el desarrollo cronológico de este acondicionamiento, su morfogénesis, las características, fluctuaciones y discontinuidades que todo proceso implica, es fundamental si queremos llegar a comprender los cambios sociales introducidos en el periodo de vigencia de una formación social, su capacidad de relacionarse con el medio-ambiente y la propia naturaleza histórica de los paisajes.
Hitos más relevantes del paisaje agrícola almeriense *
Contamos con escasos por no decir nulos elementos de apoyo para caracterizar la extensión de las áreas de cultivo en la prehistoria reciente, coincidiendo con el espectacular desarrollo demográfico que caracteriza a la Edad del Cobre (III milenio aC). Tanto el desinterés de los investigadores como la profunda alteración de los antiguos espacios cultivados por las condiciones de erosión/sedimentación a las que se han visto expuestos y la intensidad del acondicionamiento hidráulico posterior que han sufrido, hacen difícil alcanzar informaciones semejantes a las obtenidas para la Europa atlántica. Discutido el uso del regadío y sin evidencias incuestionables del encauzamiento del agua, todo parece indicar que esta primera revolución agrícola -en la que se colonizan gran parte de los terrenos llanos de la provincia- se basó en la cerealicultura.
La generalización del regadío
La segunda revolución agrícola tiene dos momentos, si bien opuestos hasta cierto punto complementarios. En la Antigüedad, la naturaleza estaba cargada de resonancias míticas a través de deidades naturales (Rodríguez, 1996), pero era la antítesis del esfuerzo normalizador de la agrimensura bajo la firme autoridad y el rigor racional y civilizador del Estado. El catastro ortonormal -reconocible por su regularidad, paralelismo y equidistancia en las vegas de Berja, Dalías, Tíjola y Almería- constituye la prueba más evidente de una centuración del territorio, proceso parejo siempre a su colonización oficial. En la contraposición entre ager (campo cultivado, dominado, civilizado, apacible retiro) y saltus (el almacén de pródigas riquezas, el espacio salvaje y dilatado), Aristóteles equipara perfección y utilidad, belleza y bondad. La agricultura se constituye como el prototipo de la naturaleza favorable y generosa, el hombre es el dominus de su casa (domus) y tiene derecho de hacerla más habitable. El cristianismo recogerá sus ideas bajo la forma de providencialismo.
Sin embargo la ideología del ingeniero condujo a "espectaculares fracasos": la erosión del suelo por la deforestación para las explotaciones mineras (sierras de Gádor, Alhamilla y Almagrera) debió de ser muy importante a juzgar por la importancia de los testimonios arqueológicos; muchos pequeños parajes serranos fueron puestos en cultivo entre los siglos I y II dC y han llegado a la actualidad sin acondicionamiento apreciable para combatir la erosión; las riadas resultantes inundaron e hicieron desaparecer gran parte de los antiguos parcelarios. Tampoco los magníficos acueductos que atravesaban barrancos (Negite, Berja; El Chuche, Benahadux) resistieron las avenidas. Solo las pequeñas tarjeas (conductos cerrados) al pie meridional de sierra de Gádor (Tartel, Casablanca, Cañuelo) pudieron ser reaprovechadas con posterioridad.
Al respecto, al-Himyarí relata en el s. XIV una hermosa leyenda, plena de connotaciones ideológicas, "enseñanzas" históricas y sugerencias política, recogida en el valle de Almería. Para resolver un lance de amor se propone una vasta obra hidráulica: llevar el agua desde dos lejanas fuentes a palacio; un barranco detiene la canalización de uno de los contrincantes y el vencedor es desposado con la hija del rey. La competencia tecnológica, tan ingenuamente expresada, encubre la elocuencia del fracaso, las ruinas -que es posible poner en relación con las dos captaciones de la tarjea de El Chuche (con probabilidad la antigua ciudad iberromana de Urci)- muestran los errores del pasado.
En la Edad Media andalusí, el fundamento teórico de la ciudad como una sociedad de creyentes capaces de adaptar su vida a las prescripciones de una religión llena de rituales, tuvo por respaldo ideológico el aristotelismo que subordinaba el estado de naturaleza al de civilización y consagraba la preeminencia de lo urbano, entendido -según Averroes- como la única posibilidad de que los hombres puedan seguir una política "conjuntada y natural" regida por el guía de la comunidad. Por tanto, la ciudad fue el ideal de civilización islámica, opuesto a la rústica, salvaje e inculta vida del campo. Pero la contraposición entre el orden culto, productivo y sensato del blad al-majzen ("tierra administrada") y el carácter rudo, díscolo y rebelde del blad as-siba ("tierra de insolencia" o "anarquía"), se produce también dentro del espacio colonizado (Petruccioli, 1990). El concepto unitario de este -que es el cultivado y socialmente productivo- lo dota de una visión centrípeta. Se territorializan las actividades productivas tanto en la ciudad como en el campo (por ejemplo, cuanto más impías o "impuras" se consideren ciertas actividades más lejos deben estar de la mezquita) pero sobre todo se incluyen equipamientos y servicios comunes que islamizan el paisaje y permiten aplicar las prescripciones coránicas (baños, oratorios, cementerios, etc.). Los espacios intermedios, alejados y desérticos, son proclives al aislamiento y la meditación (rábitas, especialmente en puntos culminantes de fuerte orografía) o para desarrollar aprovechamientos marginales e itinerarios dotándolos de agua pura (aljibes ganaderos en zonas de pasto, unos 250 en la provincia, entre ellos el Bermejo de Níjar, reputado hasta hace poco tiempo como romano) y, por lo tanto, hacen posible su islamización.
En este sentido, Watson habla de una verdadera revolución agrícola en el Mediterráneo medieval debida a los árabes. En un trabajo reciente sintetizaba las innovaciones en la introducción de nuevos cultivos subtropicales (caña de azúcar, trigo duro, cítricos, sandías, berenjenas, espinacas, arroz, algodón, cáñamo, morera, etc.), cultivadas bajo condiciones de mejora y extensión del riego y, finalmente, la habilitación el verano como época fértil, de recogida de cosechas, lo que permitía introducir nuevos sistemas de rotación y dio por resultado una intensificación general de las producciones. También se diversifican y clasifican los abonos, introduciendo, como dato curioso, la sangre, adscrita a la práctica religiosa de desangrar las carnes consumidas (Corán II, 168 y V, 4). Paralelamente, se reunieron, sintetizaron y difundieron varias tradiciones geopónicas (la oriental o mesopotámica, la clásica -dando más importancia a la griega- y la todavía hoy poco conocida yemení) (Watson, 1990).
El resultado histórico es impresionante. Casi todos los procedimientos tecnológicos empleados hasta hace un siglo tienen origen o fueron utilizados en la época. Algunas vegas habían alcanzado un grado tan alto de aprovechamiento del agua que se pueden considerar plenamente desarrolladas a finales de la Edad Media. Hasta los pasados años cincuenta, casi todas las áreas de regadío de más de 10 hª contaban con algún tipo de sistema de obtención de agua en el periodo. También sus resultados históricos han sido persistentes (microfundismo, intenso y meticuloso aterrazamiento, promiscuidad de cultivos y predominio del arbolado). La modestia de sus obras (por ej. el acueducto del Puente de los Moros, Laujar; el abastecimiento y sistema de regadío del despoblado de Marchena, entre Huécija y Terque) contrasta con su eficacia social.
Con todo, lo más curioso es el desarrollo de la "irrigación" del secano mediante sistemas de control de la escorrentía difusa descritos en el Magreb (Shaw, 1984) y dedicados, como allí, al cultivo del trigo -con largos barbechos- y del olivo. Estos procedimientos permiten habilitar amplias zonas mediante la inundación ocasional de las áreas de cultivo y constituyen eficaces reguladores de la erosión. En la provincia (donde se les llama caeros, piqueras, golliznos, etc.) parecen constituir terrenos de un solo propietario o de una familia, levantados a partir de un gran muro de piedra en seco (albarrada) y de una intensa inversión en mano de obra para su mantenimiento.
La introducción del maíz y el cultivo sistemático del secano
La tercera "revolución" agrícola se dilata en pequeñas transformaciones. De hecho, el desarrollo poblacional y agrícola de la provincia en los siglos XVII y XVIII no podrá entenderse sin conocer la intensa habilitación del paisaje y la multiplicación incesante de formas tecnológicas ya conocidas.
En opinión de la mayoría de los investigadores, tras la Repoblación no se observa una transformación sustancial del paisaje ni la instauración de un modelo agrario distinto. Aunque diversas razones justifican esta apreciación (por ej. Barrios, 1989), los cambios son importantes y algunos no tardan en aparecer a partir de los problemas de adaptación de los nuevos pobladores a los antiguos procedimientos y condiciones de cultivo. Entre estas transformaciones destaca la ampliación de las roturaciones, autorizadas por los concejos. Estimaciones recientes evalúan en cuatro veces y media el aumento del secano entre 1570 y 1750.
A lo largo de este periodo se registran nuevos tipos de parcelarios agrícolas. El más difundido y antiguo es el de longueras (largas y estrechas parcelas para trigo, de hasta 600 m. de longitud, labradas con un pesado arado tirado por bueyes), agrupadas en extensos terrenos de Purchena (Los Tercios), Huércal-Overa (Los Rincones, Overa, etc.) o Tabernas (Piezas de Algarra, etc.), pero que en realidad aparecen en gran parte de la provincia. En el último cuarto del s. XVII se extiende el cultivo de la vid, sobre todo en zonas montañosas (por ej., en el Cabezo de la Jara de Huércal-Overa, la "sierra" abderitana, etc.); el parcelario utilizado ahora es poligonal, en general irregular aunque con excepciones, la más importante y significativa es la que se produce en 1680 en la distribución de tierras de Turrillas a ambos lados del camino del Campillo: se trata de grandes unidades cuadradas de unos 250 m. de lado que corresponden a 300 varas, subdivididas según el sistema de un tercio (83,6 m.) propio de un barbecho trianual. En las zonas montañosas se generalizan las pedrizas (aterrazamiento sumario mediante un muro de piedra irregular), como en los términos de la vertiente meridional de Los Filabres. Por su parte, los cortijos aislados se multiplican desde finales del s. XVII y se agrupan en aldeas o cortijadas; al mediar el XVIII organizan el típico parcelario radial y concéntrico alrededor de las mismas (por ej. en Los Vélez: Los Serranos, El Prado, Las Carrascas, etc.). Por estas mismas fechas, extensas zonas de las llanuras semiáridas de Tabernas y Huércal-Overa empiezan a habilitarse con boqueras. El catastro resultante estará plenamente constituido antes de 1820 y resulta de la conjunción de tres factores: alineamientos sobre caminos, disposición tangencial a cursos tan escasos que solo con grandes avenidas son capaces de conectarse para evacuar en uno general y empleo de un parcelario ortoédrico dispuesto según un eje de unos 45º sobre la linea general de drenaje.
Más significativo si cabe es el incremento de las tierras de regadío, muy desigual en cuanto a las comarcas almerienses. Así, mientras en el Alto y Medio Almanzora y Baja Alpujarra no llega al 30%, en otras alcanza valores espectaculares como en el Campo de Tabernas (112%, si bien se parte de superficies muy reducidas) y, sobre todo, Los Vélez con un 156% más. Con todos los problemas que el manejo de cifras tiene en época preestadísticas, el regadío almeriense pasa de las 7.305 hª en 1570 a las 14.925 en 1750, es decir se amplía en un 104% a través de diversos mecanismos.
Entre ellos cabe destacar la (1) adición de pequeños sistemas (como el del marchal de Casablanca, Vícar, con balsa y molino al mediar el s. XVI, cuando era de un cristiano viejo que había plantado moreras y traído el agua por el famoso acueducto de los Veinte Ojos, para algunos todavía obra romana); la (2) duplicación del riego mediante la construcción de balsas al final del primitivo sistema, instalaciones que no aparecen citadas, por ej., en los libros habices de 1530 (como en Berja, con la balsa de Pago y en Vélez-Rubio con la del Mesón); la (3) consolidación en algunas zonas de fuerte repoblación murciana del sistema de venta (como en Vera y Los Vélez), reducido con anterioridad a los sobrantes, mientras en otras zonas se intenta favorecer con ello el papel rector de la ciudad (como en el río de Almería en 1632); la (4) pérdida de intensificación e introducción de regadío esporádico o eventual de campos cerealistas normalizando sus derechos (ordenanzas de 1620 en Cuevas) o remodelanado las conducciones que los abastecen (acequia del Campo, Dalías, hacia 1620); la (5) utilización de cómputos de tiempo en lugar de volumétricos en sistemas de tanda y turno (por ej., en Berja en 1611, Río de Almería en 1651-52); la (6) unificación de los pequeños sistemas de ribera mediante acequias generales (por ej. en la rambla de Locaiba, Albox, en 1715, o el producido en fecha incierta en la rambla de Mora, Sorbas); la (7) implantación de cortijos aislados que se produce desde el primer cuarto del s. XVIII, de manos de la extensión del viñedo en secano; la (8) construcción de obras de fábrica, tanto pequeños pantanos (rambla de Almacete, Dalías, presa recta de sección trapezoidal, que sigue modelos levantinos del s. XVI; La Ñeca (El Ejido) construido en la década de 1720 y el contemporáneo del Cjo Moreno de Berja o la presa del Cjo. del Argamasón, en Turre, probable obra de mediados del s. XVIII; en 1748 se manda derruir un pantano en el Bco. Argán, Vélez-Blanco) como azudes (el Malacón de Tabernas y el azud de Espeliz, de ochenta y ocho y sesenta y seis m. de longitud por cinco y cuatro metros de altura respectivamente; Los Molinicos de Huécija a inicios del s. XIX); y el (9) desarrollo de las cimbras (junto a las boqueras de llanura, uno de los sistemas más característicos de la provincia), proceso iniciado en 1683 con la Fuente de la Rambla de Tabernas o de la Sta. Fe; se extienden en el Río de Almería a partir de 1748 (Fte. de Benahadux) donde alcanzan más de tres km. de recorrido subterráneo; a partir de las fuentes principales de las poblaciones (por ej, Fte. Larga, Almería, construida hacia el 1012-15) se expanden en las mismas por los campos de Huércal-Overa; en Tabernas es semejante el proceso pero el periodo de mayor actividad constructora es la primera mitad del s. XIX aunque llegan hasta los años treinta del presente.
De 1680 a 1720 aparecen las acequias o riberas de molinos, por encima del inicio de los sistemas principales de riego (Fiñana, donde en 1689 se empieza a levantar el sistema molinar; Velefique, construidos ya en 1722; Huebro-Níjar, consolidado en las ordenanzas de 1735), proceso que continua a lo largo de la centuria (Los Vélez, Guainos-Adra entre 1780 y 1795, etc.).
Paralelamente a la ampliación del regadío, la introducción del maíz altera la rotación de cultivos y completa la intensificación productiva medieval. Como forraje para el ganado vacuno de tiro se podía recoger verde, pero su complementariedad con la cebada dio origen al desarrollo de la cabaña mular, mejor adaptada al desmonte y cultivo de zonas de compleja orografía.
La extensión de los cultivos en condiciones de precario control de la erosión exacerbó la violencia de las riadas; el proceso desatado fue percibido en términos dramáticos por algunos contemporáneos, a diferencia de la mayor agresión que se produciría con el desarrollo minero del XIX, interpretada entonces como la posibilidad de generar nuevas tierras en los deltas.
La destrucción de la comunidad campesina
La tercera revolución viene presidida por la desvinculación de la tierra, la creciente intervención directa del Estado y, sobre todo, la sustitución de los derechos de uso por los de propiedad que acabaron por desarticular los lazos comunitarios locales. Con la disolución del régimen señorial (1811, 1813, 1823 y 1837), se abolieron los privilegios feudales, los propios y los del Real Patrimonio. Ello se completó con otras disposiciones incentivando las roturaciones (1819 y 1826). Pero la gran reforma del XIX son las leyes del agua, tanto de fomento de obras (1819, 1835, 1849 y 1865) como específicas (1866, 1870, 1879, 1883 y 1891).
En el transcurso del siglo la constitución de sociedades se fue generalizando -en especial de 1865 a 1880 en la ladera meridional de las sierras de Las Estancias y Cabezo de la Jara-, permitiendo, con obras menores pero más efectivas, la ampliación de los regadíos provinciales que casi siempre tenían asegurado una amplia rentabilidad. El fracaso de los pantanos (entre ellos el impresionante de Isabel II, en Níjar verdadera joya de la ingeniería hidráulica provincial) orientó los trabajos hacia pozos, galerías y canales, sobre todo a partir de mediados de siglo.
Factor no del todo aclarado fue la reinversión del capital minero en estas importantes obras hidráulicas provinciales (sociedades "Tres Fuentes", "San Indalecio", etc.). En cualquier caso, muchos de estos esfuerzos se orientaron al especulativo abastecimiento de las poblaciones, muy problemático en la mayoría de la provincia (Almería, Cuevas o Vera), y derivaron secundariamente al regadío.
El cambio más importante en la agricultura decimonónica fue la expansión de la uva de mesa a partir 1840. Su éxito comercial fue tan importante que, por ej., de 1885 a 1905 se arrancaron la inmensa mayoría de los olivos en Berja, mientras en Alhama se extendía de 1880 a 1890 a los lastrales rellenados artificialmente de tierra y se abrían multitud de pequeñas fuentes tipo mina-qanat; nuevos terrenos son puestos en cultivo hacia 1890-94 en Aguadulce regados por pozos; por su parte en Pechina se abren exclusivamente para regar el nuevo cultivo los cauces de San Juan y "Milagro de San José" (1895). Además de las importantes transformaciones sociales producidas (empleo de mano de obra asalariada en las faenas, desarrollo de una artesanado especializado, comercialización internacional), la uva de mesa introduce por primera vez en a agricultura almeriense "imputs" exteriores (modernización agrícola con la utilización de abonos y productos fitosanitarios). Coincide, además, con la apertura de pozos con motobombas de vapor y la posterior introducción de la energía electrica, por lo que cierra el ciclo tradicional de la agricultura almeriense.
La necesaria reconversión de los antiguos espacios agrícolas o qué hacer con una herencia no deseada
Cualquier intervención humana sobre el medio genera un impacto, en cuyo equilibrio se establece el paisaje. Los paisajes agrarios tradicionales sufren hoy -en toda su íntegra complejidad- una creciente y profunda alteración. Los antiguos sistemas de regadío se encuentran desarticulados, muchos de los terrenos de cultivo abandonados presentan síntomas preocupantes de erosión, la tecnología popular o bien ha desaparecido (caso de las norias) o bien resulta tan escasa (caso de los molinos hidráulicos) como el más excepcional bien patrimonial artístico, los aljibes ganaderos han sido usurpados o destruidos cuando no se han transformado en basureros... La Administración directamente competente, incapaz de intervenir con eficacia para preservar sus elementos más señeros, con más razón se vé imposibilitada para abordar -por sí sola- la protección de los espacios, para preservar la entereza de los sistemas y sus intrincadas relaciones. Sencillamente, se está perdiendo la identidad local o provincial más definitoria y característica, un legado de siglos.
De manos del aumento de la incidencia de los factores antrópicos, la creciente preocupación por conservar el medio-ambiente ha incorporado la defensa de los elementos históricos y patrimoniales a los objetivos de protección del paisaje. La Memoria Ambiental de Andalucía de 1989 reconoce que "los espacios de mayor valor naturalístico y ambiental son también en gran medida, obra de los hombres". La preocupación era también académica (por ej., Actes du colloque franco-espagnol sur laménagement, lutilisation et la proteccion de lespace rural. Madrid, 1983). Algunos años antes, la Declaración de Granada (1977) pedía el respeto y la protección de la arquitectura popular y del paisaje rural. En realidad el interés por subrayar el carácter de "legado", y con él la consolidación del medio como un "patrimonio", se suscitó a finales de los sesenta: en 1972, la UNESCO promovió el Convenio de París sobre protección del patrimonio mundial cultural y natural. La propia LPHA muestra la amplitud de intereses en esta política de la memoria y su puesta en valor en relación con el entorno medioambiental.
Los rasgos comunes a ambos patrimonios son evidentes: (1) como objeto de estudio son resultado de una lenta evolución y una manifestación incompleta de muchos pasados, por lo tanto constituyen un legado [conocimiento y protección]; (2) los procedimientos de gestión son semejantes al compartir la misma base territorial, y demandar un profundo conocimiento de los entornos e interrelaciones; destacan en ambos la diversidad y especificidad de su problemática en cuanto a naturaleza, preservación o puesta en uso [conservación]; por fin (3) muestran idéntico objetivo que es el de preservar la diversidad y enriquecer el conocimiento social [difusión].
Sin embargo, a nivel conceptual los intentos de integración son recientes y están expuestos a las rigideces de la estructura académica y administrativa, la excesiva parcelación de los intereses especializados y la tradicional invalidación "científica" de los acercamientos históricos por su carácter no predictivo. La retórica de la colaboración y la interdisciplinariedad ha quedado en la mera declaración de principios o en la yuxtaposición de enfoques y conocimientos (por ej., la aportación histórica en la evaluación del "impacto ambiental") . Falta perspectiva histórica (es decir espacial y temporal) para abordar un estudio integrado del paisaje como el entorno más adecuado para el hombre (es decir, los grupos sociales) actual.
Otra peculiaridad -quizás más importante- separa a los dos patrimonios y dificulta la aproximación: el desigual arraigo social de su presencia. Mientras la sensibilidad medio-ambiental se encuentra en aumento y consolidación (si bien todavía de forma incompleta y contradictoria) y su protección va siendo asumida como una inversión más que como un coste, las prácticas político-administrativas que actúan sobre el patrimonio histórico no han generado el aumento del apoyo social necesario. Esta situación es doblemente delicada pues a la vez que la capacidad de intervención (no imponiendo cargas sino proponiendo soluciones) disminuye, el carácter irrecuperable del bien agrava cualquier daño.
Con todo, la "política de la memoria" y la "tutela del patrimonio" parecen el lugar intelectual adecuado para debatir qué hacer con estas sombras difusas y esquivas, con este dudoso y pertinaz recuerdo, ajeno a la tiranía del mercado y su ciega dinámica del beneficio inmediato.
El problema es sencillo pero crucial. Ya que no existe la naturaleza natural más que como mito y es inútil recuperar el pasado ¿qué paisajes agrarios conservar? Puesto que las zonas protegidas por la legislación medioambiental han sido asiento de una intensa ocupación antrópica hasta hace relativamente poco tiempo ¿qué valores culturales e históricos merecen ser preservados?. Y aún más importante ¿es posible conservar no tanto los elementos sino las estructuras sin caer en el sinsentido de su fosilización?
Quizás sea hoy el tiempo en el que los pájaros ayuden a conservar los campos de trigo.
Bibliografía
* Los datos históricos sobre los regadíos almerienses han sido extraídos de la memoria Uso de la tierra y control del agua en la agricultura almeriense: un conflicto de larga duración, con bibliografía específica.
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