ENCUENTRO MEDIOAMBIENTAL ALMERIENSE: EN BUSCA DE SOLUCIONES

GESTIÓN DEL MEDIO NATURAL BARRA DE EXPLORACIÓN

DOCUMENTOS DE TRABAJO Y COMUNICACIONES

CONSIDERACIONES SOBRE LA PRESENCIA E IMPORTANCIA DE LAS FORMACIONES DE PINARES EN LA PROVINCIA DE ALMERÍA

R. Huesa, J. Domene, F. Alcocer

Delegación Provincial dela Consejería de Medio Ambiente en Almería.

 

RESUMEN

Tras una reflexión sobre la evolución de las formaciones de pinares en el territorio almeriense, se analiza el papel que desempeñan en la actualidad y se aportan ideas sobre las bases que deben regir su correcta gestión.

 

 

Recientemente han visto la luz los datos del último Inventario Forestal Nacional que cifra la superficie arbolada de nuestra provincia en 101.849 Has, un porcentaje superior al 11% de nuestro territorio. Es significativo que la mayor representación la obstenten, con un 74,8%, las repoblaciones de pinares realizadas principalmente durante las últimas décadas. Su importancia en el computo global y la controversia que en ocasiones rodea a estas formaciones, merecen algunas reflexiones sobre sus origenes y evolución.

Si bien son escasos los restos de pinares autóctonos que han llegado hasta nuestros dias (Dehesa de la Alfahuara , Calares de Sierra de Filabres, Sierra de Oria-Estancias, etc ), sin duda su presencia en nuestra provincia debió ser mucho mas notoria en tiempos prehistóricos. Las distintas variaciones climáticas ocurridas desde el periodo Tardiglaciar (13.000-8.000 a. C.) propiciaron, a su vez, diversos cambios en la vegetación que favorecieron la expansión de unas

especies en detrimento de otras. En general, los periodos fríos del Dryas antiguo y reciente se correspondieron con una abundancia de especies del género Pinus, mientras que el calentamiento del interestadio tardiglacial produjo un notable incremento de especies del género Quercus (Gil et al.,1996). La llegada del Holoceno (8.000 a. C.) significó el final de los fríos glaciares y la progresiva proliferación de especies mesófilas y termófilas, relegando a los pinares que habían estado ampliamente representados en el Tardiglacial (P. sylvestris, P. nigra), a las áreas frías de la alta montaña. Las interpretaciones paleobotánicas, basadas en los escasos trabajos de análisis antracológicos y palinológicos realizados, nos proporcionan una visión sesgada de como debió evolucionar nuestro paisaje mediterráneo, pero todo parece indicar que , en general, a partir del 3.000-2.000 a. C. prospera una vegetación cada vez más xerófila inducida por la presencia del hombre y quizás, por alguna variacion climática cuya importancia es en la actualidad objeto de debate. Algunos pinos (P. pinaster, P. halepensis) supieron sobrevivir a estas alteraciones, conocieron periodos de mayor o menor auge, y convivieron con unas comunidades climácicas que, probablemente, no tuvieron ni la suficiente estabilidad ambiental ni el tiempo necesario para desarrollarse plenamente. Finalmente los pinos llegarón a la época histórica y sufrieron, junto al resto de las formaciones vegetales, los avatares ocasionados por el desarrollo de nuestra civilización. En nuestra provincia restos de carbón de Pinus halepensis han sido hallados en los yacimientos arqueológicos de Los Millares (Rodriguez& Vernet,1.991) y Fuente Álamo (Stika,1.988).

Centrándonos en nuestra provincia, en tiempos en los que la presencia humana no era aún significativa, los amplios dominios del bosque esclerófilo en lo que concierne a los pisos bioclimáticos termo y mesomediterráneo, se verían con frecuencia salpicados por la presencia de estas coníferas, particularmente pino carrasco, que ocuparían las laderas de fuertes pendientes y escaso suelo ó cualquier otro espacio donde los encinares no constituyeran espesuras cerradas.

Las particulares condiciones de aridez que caracterizan nuestra provincia y lo acentuado de su relieve, propiciarían la existencia de abundantes enclaves edafoxerófilos donde numerosas especies heliófilas, entre ellas los pinos, se reproducirían con facilidad. La competencia entre encinas y pinos debió ser feroz y si bien el mayor desarrollo evolutivo de la frondosa le permitiría regenerarse bajo la cubierta del pinar y desarrollar vigorosos brotes de cepa y raiz, la conífera resistiría esgrimiendo su rapido crecimiento y su precoz madurez sexual. (Pinus halepensis es capaz de diseminar semilla fértil con tan solo siete u ocho años de edad). No sería estraño, por tanto, encontrar situaciones de transición, en las que chaparrales semiabiertos constituyeran masas mixtas con pinares a los que cada vez les resultaría más difícil localizar calveros donde hacer germinar sus semillas.

La transición, en estos pisos bioclimáticos, del ombroclima seco al semiarido,marca la sustitución de los encinares por los llamados coscojares-lentiscares y los más termófilos lenticares- palmitares. En estos ambientes el deficit hídrico es más acentuado propiciando estructuras casi siempre mas abiertas, que permitirían una presencia más abundante del pino carrasco pero desarrollando formas de menor tamaño. Incluso en las arbustedas litorales de arto negro (Maytenus senegalensis ssp. europaeus) y en otros ambientes más áridos no sería en modo alguno descartable su presencia. Pese a manifestar un cierto carácter basófilo, cualquier enclave con luz suficiente y registros pluviométricos superiores a 250 mm.,e incluso inferiores si son compensados con precipitaciones horizontales, es susceptible de ser colonizado por esta especie. Por ello, la presencia de algunas repoblaciones en estos ambientes semiáridos , Pinares de Alhama de Almería o Los Murtales , no deben considerarse intentos por usurpar terrenos a la clímax, sino buenos ejemplos de lo que bien pudo ser la realidad en tiempos pasados. No son elementos desnaturalizadores sino singularidades que diversifican el medio, y entrañan el enorme mérito de constituir masas arbóreas en ambientes muy adversos para ello.

En situaciones opuestas, las altas cumbres de nuestros macizos montañosos albergarían los pinares climácicos de salgareño y silvestre,no resignados a ocupar las inhóspitas zonas cacuminales, con cierta frecuencia descenderían a áreas del piso bioclimático supramediterráneo para constituirse en el estrato arbóreo de encinares achaparrados por el frio en condiciones similares a las descritas para sus parientes termófilos.

Más escasa sería la presencia en nuestras sierras del pino negral (Pinus pinaster), pero la existencia de áreas que reunen condiciones edáficas adecuadas, ubicadas entre los pisos meso y supramediterraneo, hubieran hecho perfectamente posible el desarrollo de algunos de estos pinares. Unicamente el Pinar de Malacena (Sierra de Oria) y algunos pies aislados presentes en el Pinar de Lúcar, han llegado hasta nuestros días como testigos de su presencia en épocas pasadas.

El panorama descrito hasta ahora, no estaría exento de muchas de las perturbaciones que hoy día aquejan a nuestro medio, largos periodos de sequía, procesos erosivos intrinsecos a nuestro clima, plagas y enfermedades similares a las actuales, presencia de grandes herbívoros y como no, la incidencia de incendios , con recurrencias muy inferiores a las actuales aunque probablemente recorriendo superficies mayores. Es difícil imaginar en estas condiciones, un territorio completamente cubierto de tupidos bosques ó densos matorrales climácicos, sin apenas lugar para muchas de las comunidades heliófilas que, paradojicamente, les sustituyeron de una manera rapida y profusa en el momento de su destrucción. Mas pausible parece que un clima tan difícil para la vegetación como el nuestro, indujera a una alternancia espacial entre las espesuras climácicas y toda una gradación de estructuras más o menos abiertas, en las que además tuvieran cabida los pinares y las llamadas comunidades permanentes asentadas sobre suelos con caracteristicas edáficas singulares.

Los pinos no son por tanto especies ajenas a nuestro medio, muy al contrario, han estado siempre presentes en él, y si, en determinados ambientes semiáridos, hubieran llegado a formar comunidades estables con lentiscares ó coscojares, merecerían ocupar un lugar más amplio en las actuales interpretaciones fitosociológicas, que solo les concede entidad en las zonas cacuminales del piso oromediterráneo no aptas para las formaciones arbóreas de frondosas. Con independencia de la importancia fitosociológica que se le quiera asignar, es un hecho incuestionable que los pinares han constituido durante milenios una de las formaciones más características del paisaje mediterraneo, y el actual estado de degradación que presenta esta región, induce a pensar que seguirán ejerciendo un papel relevante durante un largo periodo de tiempo.

Probablemente nunca lleguemos a saber con exactitud el grado de desarrollo que alcanzó la clímax en nuestro territorio; su lenta expansión se vió bruscamente interrumpida por un suceso que marcó el comienzo de una nueva era: la aparición del hombre. Sus actividades en el medio modelarón nuestro paisaje de una manera mucho más drástica de lo que lo había hecho hasta entonces la propia naturaleza. Tal vez si sus actuaciones hubieran sido más mesuradas, la presencia humana hubiera podido traer consecuencias positivas para el medio ya que, como nuevo factor rejuvenecedor, propició que numerosas especies, hasta entonces marginadas, proliferaran o desarrollaran variedades aptas para la implantación de cultivos, auténticos graneros para muchas especies de la fauna silvestre. Pero fué de tal envergadura e intensidad la sobrexplotación que se ejerció sobre los recursos naturales, que el actual legado de comunidades seriales, pese a la gran riqueza florística que albergan algunas de ellas, en modo alguno puede equilibrar un balance que se manifiesta netamente desfavorable.

Escapa la narración detallada de estos acontecimientos históricos, descritos magníficamente por distintos autores locales, de los objetivos de este trabajo, pero sí es oportuno señalar que el largo proceso de destrucción antrópica terminó en la postguerra con los últimos destellos de actividades mineras y de uso masivo de leñas. Para entonces la mayor parte de nuestras formaciones originarías, bosques ó matorrales, habían sido destruidas.

En este contexto, a comienzos de siglo en la comarca de Los Vélez y principios de los años cincuenta en el resto de la provincia, se inícia una labor restauradora basada por una parte en la regulación de los aprovechamientos (ganaderos, madederos, de leñas etc), hasta entonces realizados de una manera anárquica, y por otra en la ejecución de trabajos de repoblación, que adquiririeron su mayor auge en las décadas de los años setenta y ochenta, diseñados casi exclusivamente con el empleo de coníferas. Dos eran las razones fundamentales que motivaban la preferencia por las resinosas, en primer lugar era necesario mejorar, de una manera rápida y eficaz, el deficiente comportamiento hidrológico de las cuencas desforestadas dotandolas para ello de densas cubiertas arboreas. En segundo lugar había una razón ecológica, la mayor parte de nuestros suelos aparecían degradados, en condiciones poco adecuadas para la introducción de frondosas. En cierto modo se había experimentado un retroceso evolutivo, y todo el largo proceso desarrollado por las comunidades para alcanzar la cúpula climácica, había quedado destruido en unos pocos milenios propiciando una nuevo periodo de expansión para los frugales pinares. Los restos de bosques mediterráneos eran escasos, los mejores suelos, donde la climax antaño había logrado sus mejores manifestaciones, aparecían ahora ocupados por cultivos y los pocos suelos maduros sobre los que se pudo actuar fueron repoblados unicamente con coníferas siguiendo la pauta general establecida.

La década de los ochenta trajo consigo la incorporación de las frondosas a los trabajos de repoblación pero sin abandonar en modo alguno el empleo de los pinos. En estos años se alzan con fuerza las voces que critican esta estrategia restauradora, descalificando la proliferación de las formaciones de pinares y propugnando modelos de restauración basados en los estudios fitosociológicos de la escuela sigmatista que introdujeron un nuevo concepto de serie de vegetación. La idea es sencilla, del mismo modo que la vegetación se degrada siguiendo una secuencia de comunidades, la restauración deberá recorrer el camino inverso y en este proceso quedan por tanto excluidos los pinos considerados oportunistas secundarios. Basta diagnosticar en que etapa de la serie nos encontramos para poder decidir con que especies del escalón superior debemos repoblar.

En el trascurso de las dos últimas décadas, multitud de comunicaciones y publicaciones han ensalzado esta linea calificándola como la única viable para la restauración de los ecosistemas, sin embargo, hasta la fecha no se ha materializado sobre el terreno ningún intento restaurador en consonancia con sus postulados. Parece una demora demasiado larga. Las repoblaciones efectuadas siguiendo supuestamente esta teoría se reducen a plantaciones con un reducido grupo de especies climácicas y, en muchos casos, sobre suelos en condiciones edáficas deplorables. El modelo comienza a ser cuestionado y tachado de puramente teórico, se duda sobre la capacidad del hombre para emular a la naturaleza al nivel de detalle que su metodología requiere. Sería oportuno, que de una vez por todas, se pusieran en marcha experiencias serias que acreditaran su validez y despejaran dudas sobre, su capacidad para frenar e invertir procesos con fuerte tendencia degradativa, lapsus de tiempos necesarios para progresar de una etapa a otra, posibilidad de avanzar varios escalones simultaneamente apoyandose en las nuevas técnicas de repoblación (polímeros, protectores, mejora calidad de la planta etc), viabilidad económica (se manejan matorrales que requieren densidades de plantación ó siembra muy superiores a las empleadas para arbolado), etc.

El modelo merece ser desarrollado para conocer sus posibilidades reales, pero no deben por ello excluirse otras vías de restauración. La observación del papel pionero que las coníferas desempeñan en algunas sucesiones secundarias y también de la posterior aparición de especies más exigentes en sus sotobosques, hizo pensar que los pinares podían resultar un instrumento eficaz para avanzar hacia etapas mas maduras de vegetación. Esta afirmación no constituye una verdad absoluta sino que debe ser matizada: los pinares pueden retrasar, acompañar ó acelerar la evolución de una serie de vegetación en función del manejo al que los sometamos, de ahí la importancia de una correcta gestión, respaldada por una adecuada asignación presupuestaria. Entre un pinar disperso que no altera la composición florística de su rodal y un pinar denso que apenas permite la aparición de ningún tipo de sotobosque, existe una amplia gradación de densidades , o mejor, de fracciones de cabida cubierta (proyección vertical de las copas) que nos permite regular la aparición de especies heliófilas y su posterior sustitución por otras más exigentes. A este efecto nemoral de los pinares hay que añadir el de la estabilidad mecánica que proporcionan al suelo, frenando su rejuvenecimiento y posibilitando una nueva etapa de maduración, logro éste que reviste particular importancia en un territorio como el nuestro proclive a sufrir fuertes procesos erosivos. Las propiedades físicas, químicas y biológicas de los propios suelos también se ven alteradas , tanto más cuanto mayor es la biomasa del pinar. El manto de acículas , que en rodales de alta densidad puede alcanzar varios centímetros de espesor, actua a modo de barrera física reteniendo e infiltrando agua y provocando, además, cambios favorables en la temperatura y humedad del suelo. Sin embargo, esta hojarasca es pobre en nutrientes, ácida y de lenta descomposición, por lo que tras una primera fase de estabilización y acumulación de residuos en el suelo, es aconsejable propiciar la aparición de especies mas exigentes capaces de impulsar una nueva etapa de mejora del suelo con la incorporación de residuos más nutritivos. Ello no implica que de una manera natural, sin intervencion humana, no sea posible esta colonización, pero logicamente resultaría mucho más lenta y traumática que si se la desarrollamos de una manera controlada.

La diferenciación de los perfiles característicos del suelo es muy lenta en ambientes áridos, el estancamiento de muchas comunidades vegetales que no muestran signos de evolución, así lo atestigua. El papel que, en estos casos, pueden ejercer los pinares como elementos inductores puede ser relevante y quien sabe si, en determinadas situaciones de un pasado lejano, contribuyeron al desarrollo de las comunidades climácicas de un modo similar al que hoy pretendemos que desempeñen. Puede incluso, que su aparición como formaciones secundarias, tras la destrucción de la clímax, contribuya a evitar su caida a las etapas mas bajas de la serie evolutiva, ya que en determinadas situaciones, pese haber desaparecido la acción desestabilizadora, los procesos de rejuvenicimiento de suelo desencadenados, son más vigorosos que los intentos de la vegetación por restaurar la situación original y la arrastran por tanto en su degradación.

La naturaleza es extremendamente compleja y nos plantea muy diversas situaciones ante las que tendrán cabida distintas respuestas, en unos casos, la existencia de dinámicas ascendentes en la vegetación aconsejará no actuar o acelerar el proceso con la introdución de especies más cercanas a la clímax, pero en otros, en los que realmente no se aprecian signos de evolución y si evidencias de fuertes procesos erosivos, la introdución de pinos debe ser siempre una opción a considerar.

La restauración de los ecosistemas forestales es sin duda nuestro lejano objetivo final, pero hasta entonces nuestros montes estan llamados a cumplir ciertas funciones vitales para los intereses del hombre, desde este punto de vista, los planteamientos de regulación hídrica que caracterizaron las primeras repoblaciones siguen siendo válidos hoy día. En los últimos años nuestra provincia ha experimentado episodios de lluvia particularmente intensos, logicamente los macizos montañosos registran los aguaceros de mayor intensidad y duración aunque, casi siempre, han pasado inadvertidos por la ausencia de daños de relevancia. Un ejemplo esclarecedor, el dia 11 de noviembre de 1.996 se produjo un aguacero en la cuenca alta del rio Andarax con registros de lluvia superiores a los 250 l/m2 que ademas se vieron incrementados , los dia anterior y posterior, por otras precipitaciones que totalizaron 80 l/m2. Los perjuicios originados, pese a la virulencia del aguacero, se redujeron a la ruptura de pequeñas obras de hidrología en el Nacimiento de Laujar y al deterioro de algunos balates aguas abajo.¿Cuales hubieran sido los daños si la cuenca no se hubiera encontrado ampliamente reforestada?. Los métodos que calculan los caudales que puede emitir una cuenca nos dan idea del volumen de agua y lodos que hubiera podido generarse. Episodios similares a éste han ocurrido en otras cuencas de la provincia y siempre las formaciones de pinares se han comportado como eficaces reguladores de las escorrentías generadas por lluvias torrenciales.

Disminuir la escorrentía superficial significa favorecer la infiltración y las montañas, por sus altos registros pluviométricos, constituyen nuestros principales activos para la captación de agua. Gran parte de nuestros acuíferos dependen casi exclusivamente de sus aportes con todo lo que esta sinérgia conlleva para el desarrollo de nuestra economía y bienestar. Los tan nombrados planes para dotar de infraestructuras a la provincia, presupuestados en decenas de miles de millones de pesetas, deben ser complementados con esfuerzos adicionales para mejorar las coberturas vegetales de nuestras montañas. La búsqueda de nuevas fuentes de suministro de agua no debe hacernos olvidar la necesidad de regular adecuadamente nuestro propio ciclo hidrológico, y por tanto, las acciones biologicas deben acompañar al desarrollo de las obras de infraestructuras.

Basta echar un vistazo al mapa provincial para comprender la importancia de contar con adecuadas coberturas vegetales en nuestras sierras, pero ahora, en el momento actual, no en un futuro lejano. No se trata solo de cumplir con el deber ético de restaurar las comunidades climácicas, es necesario además dar soluciones a problemas actuales acuciantes como el control de la erosión o la regulación del ciclo hidrológico. El proceso restaurador es siempre lento, incluso en los casos en los que han podido introducirse directamente las especies climácicas. Han sido millones las encinas y coscojas plantadas en la provincia en las últimas décadas, cientos de miles sobrevivieron al largo primer estío y vegetan camufladas entre matorrales sin apenas ejercer efecto protector alguno. Son especies de crecimiento lento que además se han de desarrollar en ambientes áridos y sobre suelo poco evolucionados, factores estos que relentizan aún más su desarrollo. Junto a encinas plantadas ó sembradas en la década de los setenta y que rara vez superan en la actualidad el medio metro de altura, se pueden observar ejemplares de pinos coetáneos de más de seis metros de altura. Este notable contraste de crecimientos hace que resulte adecuado diseñar repoblaciones protectoras mixtas que originen a corto plazo bosques de coníferas con sotobosques que incluyan especies climácicas, y a medida que éstas vayan adquiriendo entidad, con ayuda de correctos trabajos selvícolas, propiciar el domínio de las frondosas.

Si los efectos protectores de las formaciones de pinares pueden ya percibirse, hay que tener más paciencia para realizar un justo balance ecológico. Es preciso comprender que nos estamos refiriendo a masas artificiales que necesitan tiempo para naturalizarse. No podemos pretender que tan solo en una treintena de años presenten el aspecto de masas autóctonas, ni tampoco, que constituyan complejos ecosistemas forestales. Al contrario, son masas frágiles y homogeneas necesitadas de actuaciones selvícolas que garanticen y aceleren su integración en el medio. Cualquier intento restaurador debe realizarse con perspectivas de futuro, sin esperar resultados espectaculares a corto plazo, pero la simple observación de masas naturalizadas, procedentes de repoblaciones históricas, nos pueden dar una idea de la potencialidad de las jovenes repoblaciones y de cual puede ser su aspecto en un futuro: arboles centenarios elevandose por encima de sotobosques de especies subseriales ó climácicas.

Hasta entonces los pinares cumplen también una meritoria función social. El hecho de haber alcanzado un porte arbóreo en un breve periodo de tiempo supone un logro importante para el desarrollo económico de algunas comarcas, que ven en el turismo rural una fuente creciente de ingresos. La existencia de estos pinares es un activo valioso en el diseño de cualquier oferta turística, porque todos los fines de semana y periodos vacacionales, miles de personas se desplazan afanosos a ellos buscando el contraste existente entre los bosques y las áridas zonas litorales donde habitan. Precisamente en los pinares es donde se ubican la veintena de áreas recreativas que existen en nuestra provincia, construidas para satisfacer las necesidades de ocio y de contacto con la naturaleza que demandan los habitantes de los nucleos urbanos.

El balance final de la mayoría de las actuaciones forestales acometidas en las últimas décadas será sin duda positivo y solamente algunos aterrazados, pese a su buen comportamiento hidrológico, se manifiestan hoy día como inaceptables actuaciones que causan un elevado impacto paisajístico. En muchas ocasiones el rechazo manifestado hacia los pinares esta, en realidad, más relacionado con el método de preparación del terreno empleado o con el posterior abandono de su gestión, que con la propia presencia de los pinos. Es preciso comprender que en un territorio como el nuestro , intensamente degradado y cada vez mas antropizado, la presencia de los pinos no es más que una consecuencia lógica del deterioro de los ecosistemas, , y la idea de conseguir la plena restauración de las formaciones climácicas, además de inadecuada para los tiempos actuales, parece mas una utopía que una meta lejana.

Si las anteriores décadas se caracterizaron por una intensa labor reforestadora que reportó además la adquisición de setenta y cuatro mil hectáreas, hoy patrimonio de todos los andaluces, la actual se ha caracterizado por la proliferación de trabajos selvícolas en las masas creadas. Los resultados pueden considerarse altamente positivos, las masas aparecen más naturalizadas y se desarrollan con más vigor, comienzan a surgir sotobosques, los residuos generados se descomponen con mayor rapidez y , además, las estructuras se hacen menos vulnerables al fuego.

Es el momento de aplicar una selvicultura mediterránea plenamente diferenciada de la centroeuropea, distintas condiciones ecológicas y distintos objetivos. Si en los climas templado frios las abundantes precipitaciones concentran sus máximos en el estío, propiciando grandes desarrollos vegetativos, en los climas mediterraneos la mayor parte de las escasas precipitaciones se registran en los meses fríos, precisamente cuando las bajas temperaturas provocan los paros vegetativos. El agua es por tanto el factor limitante en los bosques mediterraneos, propiciando en general, masas más abiertas, con árboles de menor porte y sistemas radicales más potentes, que las existentes en la región centroeuropea .

Estas marcadas diferencias climatológicas explican que los bosques mediterraneos, al contrario que los centroeuropeos, muestren una baja rentabilidad en lo que a producción maderera se refiere y sea preciso, en general, orientar su gestión a la obtención de otro tipo de aprovechamientos o usos, compatibles con el carácter protector que mayoritariamente tienen los montes de esta provincia. Es conveniente que los bosques sean apreciados, no solo por su importancia ecológica ó por el papel estabilizador que desempeñan, sino también porque generen recursos económicos que repercutan en ellos y en los habitantes de su entorno. Si bién la faceta turística se revela como la vía de financiación más prometedora, la selvicultura esta también obligada a favorecer los hasta ahora llamados aprovechamientos secundarios. Resultaría ilustrativo averiguar el valor de la producción de níscalos (Lactarius deliciosus) recolectados el pasado otoño en los pinares de la provincia, o conocer si es posible aumentar la rentabilidad de los pastos asociandola al auge de la caza mayor . Desde hace dos décadas la proliferación de especies como el jabalí, cabra montes,ciervo o arrui debe considerarse como una sería alternativa a la ganadería extensiva capaz de aumentar la rentabilidad de nuestros montes y, por lo tanto, la selvicultura deberá considerar la posibilidad de propiciar la existencia de habitats adecuados para que estas especies prosperen. En cualquier caso, la busqueda de nuevas fórmulas que hagan rentables economicamente nuestros bosques mediterraneos, incluidos los pinares, es un reto al que en un futuro deberemos dar una múltiple respuesta satisfactoria.

Luminosidad y densidades moderadas, son parámetros que caracterizan muy bien al bosque mediterraneo y propician la presencia de abundantes y diversos matorrales. La selvicultura aplicada a los pinares deberá, por tanto, tener muy en cuenta esta realidad y atender no solo al manejo del arbolado, sino también al de su sotobosque, propiciando que se origine un bosque plural donde los matorrales desempeñen un destacado papel en aspectos ecológicos, protectores y económicos.

Si gran parte de nuestro territorio resulta poco indicado para acoger formaciones arboladas, parece adecuado que en las macizos montañosos predominen precisamente estas formaciones, pero ni es técnicamente posible repoblar toda su superficie ni tampoco parece ecológicamente aconsejable. La alta diversidad biologica de la región mediterranea, propiciada por factores climáticos, geomorfológicos y edaficos, es otra caracteristica diferenciadora que condiciona el manejo de nuestras masas arboladas. Del mismo modo que la presencia de enclaves arbóreos diversifica el medio en las zonas áridas, la existencia de comunidades seriales, matorrales ó pastizales, enriquece el dominio de las formaciones boscosas que, además, deben respetar la presencia de comunidades florísticas no arbóreas cuando alberguen elementos de interés botánico ó constituyan habitat de elementos faunísticos singulares. No debemos olvidar, en relación a estos últimos, que las actuaciones sobre la vegetación repercuten de una manera directa sobre toda su fauna asociada. La realización de trabajos selvícolas fuera de los periodos de reproducción o el manejo de determinados elementos inertes, como árboles muertos o fustes apeados, son algunos de los aspectos que deben tenerse en cuenta en el diseño de las actuaciones selvícolas, que deben entenderse como una acción sobre toda la biocenosis y no solo sobre la cubierta vegetal.

La discontinuidad espacial de las masas arboladas en favor de un mayor biodiversidad concuerda además con los postulados de la selvicultura preventiva, una de las ramas de la selvicultura mediterranea que más fuerza esta adquiriendo en los últimos tiempos. El drástico aumento del número de incendios forestales y de su tasa de recurrencia desborda el grado de adaptación de muchas comunidades a este fenómeno. El incendio forestal deja de ser un factor natural de perturbación integrado en el funcionamiento del ecosistema y se convierte en un eficaz aliado de los procesos erosivos, propiciando la degradación de los suelos y poniendo en peligro la supervivencia de muchas comunidades vegetales, entre ellas la de los pinares. Si bién la masas de pino carrasco, las más castigadas por los incendios, han demostrado su capacidad de recuperación , desarrollando abundantes regenerados que dominan facilmente a comunidades pirofíticas tan tenaces como los aulagares, no ocurre lo mismo con las repoblaciones efectuadas en las zonas frías. Los pinos salgareño, silvestre y en menor medida el negral, son especies longevas que necesitan décadas para adquirir su madurez sexual y, aún entonces, sus regenerados no son demasiado copiosos. Probablemente en otros tiempos, basaron también su estrategia de supervivencia frente al fuego, en la discontinuidad vertical y horizontal que les proporcionaría su condición de masas abiertas de elevado porte. Pero este no es precisamente el estado actual de las repoblaciones y, por tanto, la selvicultura deberá velar, especialmente, porque el periodo de transición se desarrolle sin la presencia del fuego, paliando tanto los riesgos de inicio como los de propagación y diseñando además áreas cortafuegos donde poder detener su avance.

El camino que hay por andar para desarrollar en los pinares todas estas actuaciones características de la selvicultura mediterranea es arduo pero a la vez altamente gratificante para los intereses medioambientales y humanos. En consecuencia, las densidades excesivas deberán ser gradualmente reducidas, los rodales donde en su día debieron introducirse frondosas deberán completarse con estas especies bajo un dosel adecuado. Se trasformarán masas coetáneas en otras configuradas por distintas clases de edad , los regenerados que se originen darán lugar a distribuciones menos geométricas y más resistentes, e incluso, se deberán ordenar con fines productivos algunas masas que, en un futuro próximo, producirán madera de calidad, determinando los volúmenes de corta y los lugares indicados para extraerlos.Tendrán cabida todo tipo de diseños, desde pinares dispersos, que solo constituyan elementos singulares en el paisaje, hasta enclaves de elevada densidad que servirán de refugio a determinadas comunidades faunísticas, pasando por todo tipo de estructuras y modelos. El abanico de posibilidades para el manejo de pinares es amplio, todas se pueden discutir, pero nunca debemos elegir la vía de ignorarlos ó despreciarlos porque ésta es, sin duda, la peor de las opciones.

 

BIBLIOGRAFIA

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